Tal cual…, así reza la proclama del estadista romano Cicerón lanzada a mediados del siglo I a.C, por ello la seguridad del estado ha sido históricamente la preocupación de la humanidad. Aterrizados en el Ecuador de este siglo, cuando el Dr. Francisco Huerta Montalvo (+), en décadas pasadas, se refería al surgimiento de un narcoestado, pocos fueron los oídos receptivos que reflexionaron sobre aquello y ninguna acción o política pública preventiva se gestó ante semejante afirmación, indudablemente la advertencia venía de un sesudo análisis y una esclarecida visión. Hoy en medio de una tempestad de bala, asesinatos, droga, sicariato, e inseguridad, vivimos con miedo una triste y dramática realidad que peligrosamente puede desembocar en un caos de impredecibles consecuencias.
La estrategia de la delincuencia organizada está clara, demostraciones de poder periódicas, control de las cárceles, crímenes selectivos, secuestro y extorsión en medio de una ola de violencia descarnada que evidencia que las autoridades están desbordadas, bala en las cárceles y en las calles, territorios urbanos tomados o en disputa por las bandas delincuenciales que ostentan armamento sofisticado, municiones por miles, rifles de asalto, granadas y equipos de comunicación. Por otro lado, las fuerzas del orden destartaladas y enredadas entre saltos y brincos burocráticos, en medio de confusos procesos de contratación pública.
Es un secreto a voces que las cárceles ya no están en la esfera de competencias del estado, que las tomas y retomas del control de los centros carcelarios son solo apariencia y que todo queda pendiente hasta la siguiente matanza, para completar el dantesco cuadro, la impunidad presente en todos los niveles, resumida en dos palabras que son la disyuntiva para los cancerberos de la SNAI y los operadores de justicia: plata o plomo.
La sociedad ecuatoriana cada día pierde la capacidad de asombro y normaliza actos de barbarie que, otrora hubiesen causado un profundo estremecimiento en toda la población, hoy se cuentan como simples estadísticas y en muchos casos, son temas de conversación y análisis superfluo, sin que los líderes de la nación afronten de manera contundente el problema. A estas alturas del partido, a nadie le cabe duda que, el punto de partida radica en la garantista e hiperpresidencialista Constitución de 2008, que ha provocado colateralmente una crisis institucional generalizada.
Cómodo resultaría entrar en la dinámica de la desesperanza y agachar la cabeza esperando a que nos la corten, hoy es cuando debemos empezar con la toma de conciencia, con la práctica y difusión de valores que por desgracia se han perdido, valores que deben ser considerados como la base de las nuevas tendencias, lo cual significa simple y llanamente, aprender de la historia y ciertamente renovarse, minimizando al máximo la posibilidad de cometer los mismos errores.
La inseguridad en el Ecuador ha sido el tema de la campaña electoral en la que estamos inmersos, campaña contaminada por la violencia y la muerte, no cabe duda de que en las actuales circunstancias “alguien” más está presente. La vileza del crimen de candidatos, autoridades y policías son la muestra de que las acciones terroristas encontraron la forma de afectar a todos los segmentos sociales, políticos e institucionales de la nación.
El votante, en este agosto, debe exigir certezas y no cantos de sirena, tiene que reflexionar sobre los antecedentes e historia de vida de los candidatos, estamos en la obligación de buscar gente que con firmeza y decisión haya labrado decentemente su vida personal y profesional, es necesario que quienes resulten elegidos, puedan ser referenciados como ejemplo de comportamiento en todos los ámbitos.
El Ecuador absorto y conmocionado ha presenciado esta semana, el asesinato de oficiales de policía en Samborondón y del joven alcalde de Manta Agustín Intriago, víctima de una demencial escalada de violencia en Manabí que, junto a Esmeraldas, Chimborazo, Loja y las del Oriente, para citar unas pocas, son provincias en desgracia, abandonadas y relegadas por el centralismo estatal y los nefastos mandos medios de la burocracia que, nunca han comprendido, ni el concepto de la urgencia, ni el significado del justo equilibrio. Las máximas autoridades fallan porque no hay el seguimiento que corresponde.
Estamos en la obligación de desterrar la sinrazón, esperamos y aspiramos que no se repitan los tristes episodios en donde valientes mujeres claman justicia por la muerte de sus cónyuges… con estos crímenes y el magnicidio de Manta, perdió la familia, perdió la ciudad, perdimos todos…