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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

La realeza, tan prosaica

Historias de la vida y del ajedrez
24 de julio de 2014

Hay una pregunta que nuestra vanidad humana nos impide hacer, pero alguna vez habrá que plantearla: ¿En qué momento los humanos, que presumimos de racionales, permitimos que un abusador empezara a mandar sobre todos, en nombre de algún poder extraterrestre, y lo aceptamos como rey? Desde épocas inmemoriales, muchos pueblos han caído en esa trampa demencial.

Cada uno de estos personajes coronados de soberbia ha tenido sus extravagancias. Un grupo representativo ha sido el de los reyes franceses. Los Luises, por ejemplo. Después de 23 años de matrimonio, finalmente Luis XIII tuvo un hijo con su esposa. Todos sabían que había sido gracias al cardenal Richelieu, y no por sus oraciones. Cuando este jovencito ya era el rey Luis XIV, decidió construirse algo a la altura de su soberbia. Y nació el palacio de Versalles, en el que trabajan hasta 35.000 obreros a la vez. Resultado: un lugar que tiene más de 2.500 ventanas, casi 400 chimeneas, 67.000 m² de construcción, equivalentes a 13 canchas de fútbol, y en su momento de mayor esplendor apestaba a varios kilómetros a la redonda: no tenía ni siquiera letrinas para sus 700 habitaciones. “Un monumento a la miseria y a la pestilencia humana”, así lo llamó Voltaire.

Después vinieron otros reyes. Una de esas parejas terminó perdiendo la cabeza en la guillotina. Aunque ya carecían de ella, desde antes, en medio de su lujo inmoral. Cuando supieron que en las barriadas de París los pobres se levantaban porque no tenían pan, la Reina dijo: “Qué mal gusto. Cuántas maravillas para comer, y ellos solo se interesan por el pan. La plebe es aborrecible”. Y no son cosas del pasado. Sus vecinos españoles de hoy en día le cuestan al pueblo español, en medio de los desahucios, 700 millones de dólares al año, suficientes para pagar un sueldo de mil dólares mensuales a una persona, durante casi 60 mil años.

Para poder matar elefantes en África y tener hijos regados por Europa, sin haberlos reconocido hasta ahora, entre otras minucias, sus majestades reciben al año más de 20 millones de dólares para cenas, y cuentan con más de 300 vehículos, aviones, helicópteros y yates. Y para sus gastos reservados, pequeñas cosas que siempre se presentan, disponen de 20 millones de dólares al año.

Solo con una pequeña parte de lo que cuesta esta institución, rezago de un pasado vergonzoso, se habrían salvado todos los desahuciados y nadie se hubiese tenido que suicidar por verse sin un techo y un pan para sus hijos, o para él mismo, en medio de su vejez.

En ajedrez, que es la inteligencia insurrecta, a los reyes se les prepara otro destino: Kupreichick-Estrin, Leningrado, 1965.

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