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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

La radio, y los poetas muertos que siguen vivos

Historias de la vida y del ajedrez
10 de diciembre de 2015

Hago radio. Me habría gustado también ser Rembrandt o Beethoven, o un Premio Nobel, o astronauta y otras cosas más. En fin. Escribo a ratitos, y hago radio. Y ahora quiero escribir algo acerca de lo que en la radio pasa y que no muchos pueden imaginar.

Es impensable lo que puede suceder en cabina, mientras los oyentes escuchan lo que se narra y se comparte. Algunos celebran y siguen acompañando, otros se encrespan, indignados, y cambian de emisora, pero nadie queda indiferente. Y hay público de todas las edades. Desde los avanzados en años, que encuentran una buena compañía, hasta los niños y los jóvenes que se asoman al mundo con tanta curiosidad. Uno de esos jóvenes quiso conversar, alguna vez, con un invitado a mi programa.

Llamo “Invitado”, al personaje de cualquier época acerca del cual quiero hablar en un momento. Mahoma, Napoleón, Newton, Galileo o Juana de Arco. No importa que ya los siglos hayan pasado por encima de estos personajes y los haya convertido apenas en ceniza y en recuerdo.

Esto sucedió hace ya muchos años. Decidí invitar simbólicamente al poeta peruano César Vallejo. Dije que, en un verso, él se preguntaba así por una mujer: “Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita de junco y capulí… Qué será de su falda de franela; de sus afanes; de su andar…”.

Enseguida llamó un joven diciendo que él quería hablar con el poeta César Vallejo. Estuve tentado a contestarle con un verso del mismo poeta y decirle: “Hay golpes tan fuertes en la vida, yo no sé… golpes como del odio de Dios…” y agregar que el poeta había muerto hacía sesenta años, que era imposible conversar con él.

Pero me contuve. Solo le dije que ya había muerto en París, con aguacero, hacía muchos años, pero que le podía regalar un libro con poemas de Vallejo, que él aceptó.

Y pasaron los años. Alguna vez, en una librería, un joven de barba me puso la mano en el hombro y me dijo: “¡Sabrán los ignorantes, ignorarán los sabios! ¡Solo la muerte morirá! ¡La hormiga traerá pedacitos de pan al elefante encadenado a su brutal delicadeza”. Ante mi desconcierto, al escuchar el fragmento de un poema de César Vallejo, me dijo: “Gracias al libro que usted me regaló, al final sí pude hablar con el poeta”.

Entonces me vino toda la película en un instante y recordé la historia que comparto. Y enseguida dijo: “Hay momentos tan gratos en la vida, yo sí sé…”. Nos despedimos con un abrazo. (O)

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