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El Telégrafo
Antonio Quezada Pavón

La primera revolución

05 de junio de 2014

El general José Eloy Alfaro Delgado, el más grande revolucionario ecuatoriano, inicia en la década de 1860 su lucha contra los conservadores católicos liderados por el presidente Gabriel García Moreno (1821-1875). Por sus 30 años de combatir a la derecha, representada por los presidentes Borrero, Veintimilla y Caamaño, es conocido como el ‘Viejo Luchador’.

El 5 de junio de 1895, el pueblo de Guayaquil lo nombra Jefe Supremo en contra del presidente interino Vicente Lucio Salazar; Alfaro regresa desde su destierro en Panamá y se inicia la Revolución Liberal con una corta guerra civil hasta la que conquista del poder.

Desde su independencia, Ecuador había soportado varios intentos separatistas que fueron combatidos y controlados por la grandeza de José Vicente Rocafuerte y del mismo García Moreno; pero fue Eloy Alfaro quien dejó como su mayor legado la unidad nacional que gozamos hasta ahora.

El liberalismo incrementó la secularización del país, con la creación de colegios públicos laicos, quitándole a la Iglesia católica el monopolio de la educación. Eloy Alfaro era un librepensador, que rescató las ideas de Juan Montalvo y José Peralta para crear una sociedad ecuatoriana laica. Una de sus primeras tareas fue la formación de profesores laicos. Los estudiantes de los colegios privados, que eran básicamente católicos, tenían la obligación de rendir sus exámenes y validar sus conocimientos ante maestros laicos del Estado. Al primer colegio fundado por Alfaro, que fue el Bolívar de Tulcán, le siguieron los emblemáticos Colegio Nacional Mejía y el Normal Manuela Cañizares, así como la infraestructura de la Escuela Politécnica Nacional de Quito, cuyos edificios fueron encargados a arquitectos franceses.

Sin duda el tren Transandino es su obra más conocida y el cantón Eloy Alfaro, Durán, lleva su nombre por la famosa estación de la vía que une Guayaquil y Quito.

El general era masón, de un claro corte anticlerical, por lo cual se esforzó en separar la Iglesia del Estado, siendo la creación del Registro Civil lo que permitió a las personas el derecho a la identidad sin necesidad de profesar la religión católica. Así mismo, promovió la libertad de cultos, permitiendo el ingreso al país de misiones protestantes de Estados Unidos de Norteamérica. Confiscó, con fines sociales, parte de la inmensa propiedad de la Iglesia; expulsó algunas órdenes religiosas, especialmente a los jesuitas, y prohibió que se establezcan nuevos monasterios y conventos. Esto le valió la enemistad del famoso Federico González Suárez, arzobispo de Quito.

Con su muerte, el 28 de enero de 1912, provocada por un grupo de soldadesca pro religiosa que al grito: “Viva la religión, mueran los masones”, no terminó la Revolución Liberal, que vive íntegra después de más de un siglo y está reflejada en la Revolución Ciudadana.

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