El miércoles pasado se cumplieron 23 años de la muerte de monseñor Leonidas Proaño. Hombre que dedicó su vida a la causa de los más pobres. Es parte de la historia de la resistencia de los pueblos y nacionalidades oprimidas que encontraron en la Teología de la Liberación la posibilidad de una iglesia comprometida con los más pobres. Proaño expresa la lucha social contra lo que el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez denominó pecado social, es decir, las estructuras capitalistas instituidas que se concentran en la acumulación de capital a costa de la explotación de la vida humana. Proaño defendió la necesidad de una iglesia liberadora; criticó a esa iglesia que había sido cómplice de los grupos oligárquicos, contrariando los principios cristianos. La lucha junto a los más pobres entre los pobres posibilitó que estos emerjan con una clara conciencia histórica y la necesidad de la lucha por alcanzar los mismos derechos que los blancos mestizos. Estos 23 años que han pasado desde la partida del Obispo de los indios dan cuenta de las contradicciones entre quienes buscan reinvindicar su figura desde lo estatal, como los que buscan recuperar su imagen como ícono de la lucha social. En cualquiera de esos casos parece que la exigencia de una praxis liberadora no es un eje central. La Teología de la Liberación siempre ha exigido un compromiso claro y consciente respecto a las instituciones opresoras. La originalidad de la Teología de la Liberación, de la cual Proaño fue un actor clave, exige una liberación de los oprimidos desde los oprimidos, sin excluir a los opresores. Hay que recordar que son los pobres los que deben liberar a los ricos que se han enriquecido a costa de hacer miserables a millones. Una praxis liberadora no busca esencializar a ningún grupo étnico, ni hacer de los actores históricos santos para la contemplación. La figura de Proaño es una piedra de toque para todos aquellos que buscan en él un refugio, un apartarse de la realidad. La praxis de Proaño es ejemplar al exigir ser pobres entre los pobres. La pobreza entendida como una vida justa y digna no centrada en la acumulación de capital, ni centrada en un consumo irracional. Ahora son tiempos de recuperar la memoria social de Proaño, no entristeciéndose por su partida, no recordándolo como un pasado, sino como un presente político que exige una acción colectiva por la transformación de las estructuras de un sistema opresor. Son 23 años de esperanza materializada en la acción de pueblos y nacionalidades que luchan por ser reconocidos en una sociedad intercultural.
La lucha no se puede centrar en alcanzar los estamentos del Estado, sino por lo contrario, alcanzar eso que la Teología de la Liberación consideraba como vital, que el ser humano tiene como finalidad, ser comunidad.