En dos de las clases que imparto en la Escuela Politécnica Nacional, abordando temas de ética contemporánea, pedí a los y las estudiantes que levantaran la mano (virtual) todas aquellas personas que confían en los políticos. Mi sorpresa es que nadie, NADIE alzó la mano.
Sumadas, las cerca de 100 personas, desconfían de los políticos y muy probablemente esto repercute o parte de la concepción de la política. Esto me ha motivado a pensar ¿por qué desconfiamos de los políticos? Y si esta desconfianza es una característica estructural de nuestra vida política. En todo caso parece que el tema no surge recién, ya Platón advertía que “Uno de los castigos por negarse a participar en política es que, al final, puedes terminar siendo gobernado por tus inferiores”.
Es probable que los políticos no sean dignos de nuestra confianza porque los vemos como personas carentes de ética solo por el hecho de participar de un espacio (la política) que lejos de servir a los intereses públicos y velar por el bien de la mayoría, se ha convertido en el espacio para fortalecer intereses individuales o de pequeños grupos de poder. La sombra de la corrupción ensombrece a una actividad humana y humanizadora tan importante como es la política. Pero la corrupción no aparece sola.
Aparece de la mano de la desidia y de la mediocridad. La falta de participación e involucramiento en la vida pública y en la organización del Estado, ha terminado excluyéndonos de esa lógica organizadora erigida para nuestro servicio.
Por otro lado, el Estado ha burocratizado toda la forma de participación formal, haciendo que el interés de las personas por el bien común, esa tarea heroica, se procese por caminos mediocres. Pero que el Estado y sus lógicas terminen imponiéndose a la sociedad solo nos muestra el grado de mediocridad en el que estamos como sociedad. La mediocridad de asumir lo instituido y no dar un paso más allá. La mediocridad de ser parte de la normalidad. La mediocridad de no tener postura más allá del medio, de lo común. Con razón Alain Deneault dirá que nos gobiernan mediocres, imposibilitados de pensar más allá de gestión normativa del estado, básicamente porque vivimos una mediocracia, o sea, que todos somos mediocres. Ojo, que la mediocridad en este caso no significa incompetencia.
Puedes ser muy competente gestionando la mediocridad de nuestros sistemas políticos y sus instituciones que ya no sirven para otra cosa que para corroborar que la mediocridad es el único sistema posible.