La política del caramelo
Algunos dicen reclamar que no hay empleo, pero entran a saquear los negocios por donde pasan lastimando el poco empleo que hay. Algunos proponen 10 puntos de lo que se debe hacer sin haber socializado con todos los que dicen representar y no dicen cómo hacerlo. Algunos, so pretexto de defender la paz, de manera pura y casta, usan la palabra “indígena” como insulto. Algunos prefirieron las variables económicas al pan, hablar del encuentro para ganar, pero no de cómo encontrarse entre todos.
Este es el país que ahora tenemos, producto de la clase política que existe sorda, cerrada e interesada y también de nuestra falta de memoria. Revisemos la historia para entender que cada vez que se ha botado un presidente, se ha llamado una consulta popular, se ha llamado una constituyente, nada ha cambiado profundamente. Siempre se ha llevado todo a la construcción de un partido, nunca a la construcción de estado. Siempre han sido las fórmulas cortoplacistas de caramelo las que han calmado a una ciudadanía que clama por azúcar, pero que no sabe que corre el riesgo de tener diabetes. Y no es culpa de la ciudadanía, pero sí su responsabilidad, porque si ella no busca otro tipo de alimento, otro tipo de democracia, siempre caerá con el primer caramelo, el líder mesiánico, el líder que promete, o la herramienta democrática usada como la solución única y absoluta de todos los problemas. Un sinsentido sea de izquierda o derecha, da lo mismo.
Este país debe buscar otras vías y mandar al tacho de la historia tanto a la política de corbata como a la piedra que daña al ciudadano. Por la coyuntura. Yo no soy correísta, indigenista, ni lassista o gobiernista. Yo soy ecuatoriano y soy demócrata. Para mi cualquier “ismo” pertenece a la misma clase política, a la clase que cree tener la verdad, la única forma de hacer las cosas, la receta absoluta y la quieren imponer o bien por la fuerza o bien manipulando el juego democrático.
Admiro y aplaudo a quienes levantan su voz sin agredir, y a quienes proponen después de criticar y que también están en las calles. Pero si no asumimos la tarea de construir política de estado, de no crear líderes mesiánicos que resuelvan todo, sino asumimos la responsabilidad del voto, siempre volveremos a la solución más sencilla, cerrar una calle, escribir desde la computadora, botarle al presidente, en fin, no hacer nada. ¿Queremos algo nuevo? Vayamos por la redefinición de la democracia representativa, de la política y del estado y no por las migajas del momento disfrazadas de democracia, no por el voto que hace creer que cumplimos el papel político, y no por la manutención de mi cédula que me hace creer que soy parte de este Estado.