Como ha sucedido en anteriores capítulos de la historia de nuestro país, nuevamente una preocupación cruza como daga por todos los ámbitos y espacios de la vida nacional, derivada de no pocos errores y desencuentros de la política y de su práctica deficiente por personajes que dan vida a ese mundillo caótico y mezquino. Lo que nos pasa ahora obedece a que hemos renunciado a la política y sus bondades, irresponsablemente la mandamos a volar, vivimos en despolitización. Todo ha cambiado -y más con la pandemia-, el Estado, la sociedad y los instrumentos de información y comunicación ya no son los de hace apenas dos décadas, también hay nuevos problemas y expectativas; la situación actual repele la politiquería, y requiere de un mejor entendimiento de la complejidad social, de nuevas miradas y prácticas políticas que fortalezcan la democracia para el progreso social y económico.
Ecuador se halla entrampado y descompuesto, cercado por amenazas capaces de comprometer las salidas democráticas a los grandes conflictos que nos aquejan. Bloqueo, chantaje, confrontación, incertidumbre, amenazas, circo incluido y caprichos, son distintos términos para explicar una crisis política de aristas peligrosas, con el peso suficiente para terminar de hundir al país. Activación de la muerte cruzada, destitución del presidente, movilizaciones populares, adelanto de las elecciones presidenciales, son posibles salidas a la crisis, aunque no soluciones integrales para la democracia y sus instituciones, menos aún para millones de ciudadanos que tienen carencias de sobra.
Ninguna sociedad puede prescindir de la política, porque ésta es el vínculo entre los ciudadanos y sus autoridades, lo que permite establecer propósitos de interés común por los que trabajar. Pero la práctica política debe hacerla gente con algunos atributos especiales, pues en principio no todos son aptos para ella, en este sentido definitivamente pesa la personalidad, el carácter, la manera de ser y, obviamente, el buen juicio, el conocimiento de las cosas y la capacidad de acción de los personajes.
La política es un oficio de largo aliento, de personas formadas y fraguadas al calor de la experiencia. En política lo que se hace o se deja de hacer, como lo que se dice o se deja de decir tienen consecuencias para la sociedad. Las buenas intenciones no son suficientes en política, ya que se complementan con acercamientos y coincidencias entre puntos a veces distantes. La práctica política debe asentarse en información objetiva sobre la realidad de las cosas, no en visiones autocomplacientes ni deformadas de personajes o grupos interesados. Los políticos deben saber que no es posible hacer buena política sin consenso ni diálogo. La práctica política se hace con equipos dispuestos a transformar la realidad. En política, no aplica el resentimiento, el odio ni las bajas pasiones personales, porque los fines que ella persigue superan pasiones individuales.
Si no hay un giro en la manera de hacer política en nuestro país, llegarán oscuros nubarrones a ensombrecer la ya descolorida democracia actual, y con ello, otra vez distraídos y fraccionados caeremos en manos en mafias electoreras, de políticos oportunistas y prácticas populistas de la pequeña política electoralista, inmediatista y trivial. Hay que tratar de entender lo que es la política y lo que se espera de ella y de los políticos en un país como el nuestro. Los intereses del país deben colocarse en el centro de la política, caso contrario, la situación empeorará; urge también replantear la política y las maneras de hacerla.