A propósito del premio Nobel de Louise Glück, vinieron a mi mente unas reflexiones. La poesía es parte de la esencia humana. El lenguaje mismo es una serie de metáforas fosilizadas y no solo en Literatura. En Anatomía usamos antiguas metáforas y las consideramos normales. Por ejemplo, el hipocampo (del latín: hippocampus, que a su vez procede del griego: hippos = caballo, y kampos = el monstruo marino Campe) es una de las principales estructuras del cerebro humano y otros mamíferos. Claro que también es el nombre del caballito de mar y por eso mismo fue llamado así por los anatomistas italianos del siglo XVI. ¿Qué hace en tu cerebro el hipocampo? Es el responsable de tu memoria.
La poesía, base de las canciones, es un juego de metáforas. Por supuesto, las metáforas deben ser originales, o al menos poco usadas, para componer obras de mérito. Cervantes, en el Quijote de alrededor de 1600, usa la expresión “cabellos de oro” para describir a la Dulcinea. De esa época debe ser también el villancico Los peces en el río, en el cual se dice que la Virgen tiene cabellos de oro. Aparte de lo errado que es decir eso (María debió haber sido morena, según las tradiciones más antiguas y por haber sido judía de Galilea), se nota la influencia de la literatura de la Edad de Oro.
Si hoy alguien dice cabellos de oro, suena a lugar común, es decir, a una expresión vaciada de contenido. De la misma manera, cuando alguien cumple años y dice que dio otra vuelta al Sol, a menos que sea astronauta, expresa un lugar común, una figura desgastada por el uso excesivo. Claro que ciertas figuras terminan como parte de la lengua, como las faldas de un monte o el ratón de la computadora. En cambio, la poesía usa figuras nuevas y creativas, como cuando Medardo Ángel Silva hablaba de la llama apasionada del amor; hoy se ha vuelto un chiste referente a un camélido andino enamorado. Borges, en cambio, consideraba poeta a la primera persona anónima que dijo que “echaría la casa por la ventana” en la boda de su hija.