"Perdón¨ es la primera palabra que les enseñan a decir a los niños, pero tal vez ese sea un vocablo en desuso porque ¡cómo duele pronunciarlo!
Lo que sí es cierto es que, viendo desde afuera, cuando alguien comete un error grave, y solo intenta taparlo, queda en ridículo, porque la falla sigue siendo evidente pero también se vuelve obvia la arrogancia de quien no se baja del burro. Todos tenemos un conocido intransigente que piensa que al negar una equivocación, ésta desaparecerá o todos se olvidarán de ella.
No hay nada más falso y en la comunicación de los gobiernos pasa exactamente igual. En el caso de la desaparición de María Belén Bernal de un recinto policial, ni una disculpa se ha escuchado por parte de las autoridades o del Ministro del Interior, Patricio Carrillo. Si bien el Ministro dijo que están investigando, que suspendió las actividades de la Escuela de Policía para buscar a Bernal, que no va a tolerar conductas que atenten contra las mujeres, o que el Presidente removió al Director de la Escuela de Policía, no se escuchó la palabra ¨perdón¨.
En parte quizás por miedo a que la gente asuma que Carrillo participó de alguna forma en un acto delictivo. Pero pensar que la gente es tan corta de vista es una falta de criterio. Nadie espera que el Ministro se disculpe por estar relacionado directamente con la desaparición de Bernal sino por la falta de control y de disciplina de sus subalternos. El momento en que una mujer desaparece de un recinto policial que está bajo su cargo, un mea culpa no sonaría tan mal. El Ministro, en cambio, insistió en que la mayoría de policías son íntegros y apasionados. Cosa difícil de creer, por el momento, cuando varios de ellos, la noche de la desaparición de Bernal escucharon gritos que rogaban: ¨auxilio, me están matando¨, y nadie acudió a socorrer a la víctima.
Incluso autoridades como Diego Ordoñez centraron su discurso, no en pronunciar la palabra que duele - y es raro que duela si en realidad sana- , sino en mantener la imagen y reputación de La Policía. Probablemente Ordoñez no sabe que, en muchos casos y paradójicamente, la restitución de la imagen de una institución, se da justamente por un pedido de disculpas públicas.
Pidió perdón el rey Juan Carlos I por un viaje de caza a Botsuana; lo hizo Juan Pablo II por los errores históricos de la Iglesia. Ronald Reagan pidió perdón a los 120.000 americano-japoneses que estuvieron presos en los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. Ejemplos sobran para comprobar lo que Sean Tucker junto a otros autores concluyen en Disculpas y Liderazgo Transformacional: ante las disculpas públicas la gente percibe al líder como alguien responsable frente al error.
Si las autoridades quieren restaurar la imagen de la Policía, mejor será compadecerse de María Belén Bernal, y del dolor que sufren su hijo y su madre, no solamente informando sobre las acciones que han tomado en este caso, sino con un simple y sincero ¨perdón¨. Mejor será sacar los trapos sucios de la Policía y pedir disculpas. Irónicamente no hay nada más reparador que pronunciar la palabra que duele.