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El Telégrafo

La oferta de empleo: entre magia y realidad

14 de enero de 2013

Por estos días de campaña electoral no deja de sorprender  que aún se repitan consignas de hace treinta años, sin sustento alguno. Por ejemplo, para el caso del empleo parece que hay una suerte de repetición de ideas que por sí solas parecen de lo más lógicas y coherentes como propuesta; ahí está el ofrecimiento de mayor empleo, sin embargo, hay una carencia de explicaciones de cómo fomentarlo y de qué tipo de empleo se habla: su calidad, duración, importancia nacional, técnica, etc.

La promesa neoliberal, como el socialismo, busca generar empleo: pleno empleo, es decir, que las personas en edad de trabajar estén trabajando. Esta aspiración la tiene toda sociedad en el mundo; lo que quiere decir que el empleo es considerado el dispositivo social por el cual podemos acceder a bienes y servicios como a la riqueza social; sin embargo, el cómo producirlo es uno de los centros de disputa que no termina por clarificarlo.

Los neoliberales que ahora abundan nuevamente y de distintas generaciones, hablan de algo llamado “emprendimiento”; de lo poco que se puede entender, la idea radica en una autogeneración, una acción espontánea de los individuos en sociedad para buscar la satisfacción de sus necesidades, por tanto, el que no lo haga se verá ocupar el sitio de la escasez.

Esta idea es el producto de imaginar que la sociedad se autoequilibra por sí misma; de fondo, la idea de sistema impera a la idea de voluntad y libertad -aunque los neoliberales la defiendan a ultranza-, es decir, que en la sociedad prima una suerte de reciprocidad entre oferta y demanda y todos los errores existentes son porque el Estado se mete en lo que no es su naturaleza. Así el empleo debe ser el resultado del mercado libre y equilibrado.

Todo esto “suena” lógico, pero en la historia humana moderna no se registra sociedad alguna con estas características. Para lo que sí hay evidencia es la estructuración de sociedades en desequilibrios y la lucha social por la igualdad en diversidad, cosa que al mercado poco le interesa, ya que eso provoca que su función responda a las necesidades humanas y no del capital.

En este desequilibro es necesario que el Estado, bajo una lógica de bienestar, intervenga para reducir las asimetrías. Nuestra Constitución manda la democratización de los medios de producción y lo hace porque en el Ecuador, como en América Latina, la degradación del empleo, el subempleo, etc., han sido una de las fuentes de generación de riqueza y concentración de la misma en las élites tradicionales; y uno de los mecanismos efectivos de la extracción social de riqueza han sido los bancos: los de ayer y los de ahora.

Entonces, ofrecer empleo, más empleo bajo la lógica de la competencia emprendedora entre desiguales, es una falacia en un país con una larga historia de dominación y opresión.

Es clave exigir la respuesta del cómo generar empleo, porque el mismo está íntimamente asociado a la tasa de ganancia, la inflación, etc., pero sobre todo a la disputa entre humanidad y capital.

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