Quito escoge sus siete maravillas. Pienso en Chimbacalle, donde en 1908, la hija América del viejo Alfaro colocó un clavo de oro, antes de inaugurar el tren; imagino a Cantuña -quien en verdad era el tercer Cantuña- mirando cómo al diablo le falta una piedra, en San Francisco; evoco a los primeros enamorados en bote en La Alameda; me duele la demora del impuesto a la sal que construyó La Basílica, con gárgolas y cóndores...
Sin embargo es frente a la espléndida fachada de La Compañía -que en verdad tenía estuco para similar mármol- donde reconozco el esplendor de Quito. La iglesia es jesuita. Es barroca. Sus constructores fueron expulsados a finales del siglo XVIII porque competían con todos los reyes de la tierra. Uno de sus hijos, Juan de Velasco, en Faenza, escribió que este país era habitado por dinastías y mitos.
Dejaron La Compañía, con su pan de oro y su púlpito, donde los curas hablaban en imágenes barrocas. Después ese movimiento que insufló América -como sugiere Bolívar Echeverría, en su Ethos barroco- nos permite incluso ser una alternativa a esa mirada noreuropea y puritana que antes de la Exposición Universal de París “ya era posible reconocerla en ruinas”, como afirmaba Walter Benjamin.
Este templo -esta joya falsa, que es el barroco- no sería nada sin su calle García Moreno, que evoca al presidente quien reconstruyó Ibarra, en 1872, tras el terremoto. Hay que caminar despacio, pasar el templo del Sagrario, para encontrar esta maravilla de Quito. Frente a su frontispicio -como si se tratara de un inmenso mapa- el templo nos revela la proeza de unos hombres que pensaban poder alcanzar el Paraíso en la Tierra. Mas, la octava maravilla es su calle.
En Quito: las calles de su historia, de Trama, la describo: En la Colonia, el Corpus Christi era pomposo. Para los altares se levantaron siete cruces, con telas pintadas y brocados. Años después, Eugenio de Santa Cruz y Espejo -al amparo de la noche- colgaba panfletos libertarios: “Salva Cruce Liber Esto. Felicitatem et Gloriam consequto”, que significa: “Felicidad y Gloria conseguiremos. Al amparo de la Cruz seremos libres”.
Para el siglo XIX la calle de las Siete Cruces se cubrió de sangre. Faustino Rayo de catorce machetazos ultimó al presidente Gabriel García Moreno, en una conspiración de varios frentes. A la altura de la iglesia de La Compañía -de fachada barroca- está un corazón de piedra sin espinas: representa la Piedad del Crucificado para esta calle que ha visto demasiado.