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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

La noche de la Fiesta de la Luna Llena

20 de septiembre de 2015

Grecia emitía sus sonidos de chicharras sinfónicas en medio de sabores de queso y oliva. Sus narices largas caminaban por las calles de Atenas; los ojos de sus estatuas blancas parecían respirar. Estaba tan azul, que provoca levitación y de esa liviandad surgía la ilusión del canto de las sirenas enamorando a Ulises. Ese día era imposible negar que los de acá también llevamos la impronta occidental.

En el vientre de Atenas, Sabrina, una niña rumana, reía con sonrisa oblicua, para no reír, mientras vendía a un euro abanicos del sistema adornados con estrellas y encajes bordados por su madre.

Su amigo ofrecía canciones tocadas en un acordeón de juguete, y sonreía con sonrisa de algodón de azúcar. Los dos niños rumanos no tenían patria ni techo donde dormir la noche de la Fiesta de la Luna Llena. Era un verano azul en el Mediterráneo, después de Pericles, después de Cristo, poco antes del nuevo apocalipsis neoliberal, de Grecia.

La caída del sistema económico de la antigua Unión Soviética tiene todavía inmensas repercusiones. Más allá de los errores políticos, los países del Este, llamados en su tiempo satélites de la URSS, estuvieron por largo tiempo articulados a un modo de producción industrial y su población integrada a sistemas públicos que garantizaban trabajo, salud, educación y vivienda.

El giro brutal del modelo político y económico, que liberó las fuerzas del mercado, han terminado por beneficiar a unos pocos y generar la pobreza de una inmensa mayoría. Consecuencia de la globalización progresiva del neoliberalismo, la imagen que golpea nuestras retinas es la de torrentes humanos que buscan desesperadamente migrar de las zonas de pobreza. En aquellos países, uno de ellos Rumania, el lugar de origen de Sabrina, se produjo también una masiva migración hacia lugares próximos, como Grecia, que como sabemos también está siendo arrastrada por la demencia especulativa.

Contradictoriamente a lo que pregonan los adeptos a la filosofía de la libertad de mercado y su supuesta capacidad de autorregulación, lo que termina consagrando las condiciones para su globalización son las políticas neoliberales basadas en el poder de las armas y de las instituciones financieras, operadas desde centros como EE.UU. y Alemania. Es decir que los adoradores del sistema perdieron hace mucho tiempo la fe en la supuesta capacidad natural del mercado para autorregularse, e intervienen para favorecerlo de manera deliberada, en contra de la sociedad.

Un poeta portorriqueño que visitó Manabí hace pocos días decía: No sé para qué quieren eliminar la humanidad, si cuando no estemos no les va a ser útil ni el poder ni el dinero.

Sabrina, la niña rumana inmigrante en Grecia, logró vender dos abanicos del sistema bordados con encajes y estrellas, aquel día de la Fiesta de la Luna Llena. Pero ni con dos euros en la mano sonrió con plenitud. (O)

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