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El Telégrafo

La necesidad de liderazgo fuerte

03 de enero de 2012

El republicanismo abstracto se escandaliza de que existan fuertes liderazgos personales en la política latinoamericana. Con grandilocuencia pretende que ello sería, incluso, cercano a lo dictatorial. Sostiene así la paradoja de que aquellos sectores sociales y políticos más opuestos a las posiciones económicas liberales y reaccionarias (posiciones estas mantenidas desde el autoritarismo político) serían ellas mismas hegemonistas y poco democráticas.

Es decisivo advertir que, habitualmente, las políticas neoliberales favorables al gran empresariado en Latinoamérica se han sostenido por la represión y las políticas ajenas a toda participación social (cuando no por la dictadura criminal, como en Argentina y Chile).

De tal manera, hoy los autoritarios son los que acusan de autoritarios a los que han sido enemigos de los gobiernos autoritarios. Toda una paradoja que se ampara en el poder de ciertos medios privados para postular repetidamente esas falacias.

Así, los líderes como Evo, Cristina Kirchner y demás casos homólogos latinoamericanos, son considerados “hegemonistas” o antidemocráticos. Aunque son justamente lo contrario: en tanto se trata de gobiernos que habilitan la identificación colectiva de grandes sectores sociales puestos fuera de todas las políticas anteriores, son mucho más democráticos que los que realizaban esas políticas del pasado.

Los más pobres se ciudadanizan a través de la figura de un líder que los interpreta y realiza acciones en su beneficio. Es el punto inicial a partir del cual esos sectores sociales se irán constituyendo como sujetos sociales y políticos. Antes de ello, estaban en la periferia del sistema político y social, abandonados por completo a la angustia y el desamparo.

El liderazgo fuerte también concentra poder político. Muchos creen que ello es malo. Pero en procesos de tinte popular no lo es, porque en las sociedades hay otros poderes “de hecho” que nadie vota, nadie controla y nunca se van. Nadie eligió a los grandes empresarios, a los que hacen la geopolítica de las potencias sobre nuestros países, a los grandes dignatarios de la Iglesia o a los dueños de las radios y los canales de TV.

Es una necesidad democrática superar a esos poderes fácticos desde el poder soberano del pueblo, representado en la política. Un líder que concentre cierto margen de poder político está en condiciones de hacerlo. En cambio, un gobernante débil con minoría legislativa queda preso de las corporaciones, y por ello de la antidemocracia.

Por cierto, a largo plazo el líder deberá ser reemplazado por la organización colectiva. Pero ese no es un paso simple o inmediato, sino una construcción gradual y acumulativa que requiere su tiempo y su maduración histórica.

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