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El Telégrafo

La náusea

02 de septiembre de 2011

Estaba en Londres con un grupo de amigos, teníamos entre nosotros un par de niñas que visitaban esa ciudad por primera vez y tenían muy claro que querían ver dos cosas: el cambio de guardia y Primark. Así que después del espectáculo monárquico nos fuimos al espectáculo del consumo. Primark es una marca de ropa de moda asequible, tipo Zara, y la cantidad de gente que había allí era equiparable a la que abarrotaba minutos antes el perímetro que rodea el Buckingham Palace. Nos adentramos entre ingentes montañas de ropa acumulada en desorden, sorteamos a personas que se probaban las cosas en mitad del pasillo dejando abandonado en cualquier lugar lo que no resultaba de su agrado. Varios empleados con escobas de dos metros pasaban barriendo las perchas caídas mientras otros reponían en la estantería lo tirado en el suelo. Largas filas de compradores cargados de bolsas se agrupaban en torno a las cajas. El dinero se acumulaba con rapidez y cada poco tiempo una comitiva escoltaba una caja de seguridad con ruedas de un extremo a otro del recinto. Pedía paso tocando una campanilla y todos nos hacíamos a un lado.

“Existencia en todas partes, al infinito, de más siempre y en todas partes; existencia, siempre limitada solo por la existencia”, escribía Sartre. Cambien la palabra “existencia” por la palabra “ropa” y ahí teníamos la náusea contemporánea. Porque, ¿qué sucedía realmente? La gente no parecía disfrutar eligiendo las prendas a su gusto, más bien su actitud tenía algo de desprecio, había como un gesto de repulsa al manosear la ropa, al probarla y tirarla después al suelo. Había cierta ansia por “hacer servir” el dinero a toda costa, respondiendo a un impulso parecido al del bulímico que ingiere la comida para proporcionarse una sensación temporal de placer, y después llega el malestar: ¿Para qué  me habré comprado  esto, si no me lo voy a poner nunca?

Las niñas de nuestro grupo sí disfrutaban porque en su fantasía estaban en la tienda de sus artistas de moda. En ellas todavía era un goce elegir una prenda y no un impulso enfermizo. Moda rápida como comida rápida. Moda como comida basura. Esa abundancia que no remite al bienestar sino a algo programado en interés de otra cosa. Cuando se habla de reactivar el consumo, ¿se habla de esto? ¿Esta es la base de nuestro sistema?, ¿el consumo basura? Corremos el riesgo de acabar también en una vida basura.

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