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El Telégrafo
Ramiro Díez

HISTORIAS DE LA VIDA Y DEL AJEDREZ

La mujer que, tras su muerte, sigue mandando

HISTORIAS DE LA VIDA Y DEL AJEDREZ
17 de octubre de 2014

Un recuerdo infantil siempre acompañó a esa poderosa mujer. Una mañana lluviosa, a ella y a sus otros cuatro hermanitos, les pusieron los zapatos que usaban el domingo, y fueron a una casa desconocida para visitar a un muerto. El hombre en el ataúd era el padre de aquellos pequeños nacidos por fuera del matrimonio. No los dejaron entrar. Al final les permitieron mirar por un único instante el rostro de aquel hombre extraño. Y se fueron. Regresaron a casa, y les quitaron los zapatos hasta que llegara el domingo.

Dicen que la falta de alternativas aclara la mente de manera prodigiosa. Eso le sucedió a esa niña de ese pueblecito polvoroso, perdido en alguna parte de la pampa argentina.  A los quince años, huérfana, despreciada, sin horizonte alguno, decidió huir de la miseria de su familia, y se lanzó a Buenos Aires con sus zapatos viejos. Llevaba unas pocas monedas, y cargaba una maleta escuálida, parchada, sin cierre, amarrada con una cabuya y con un trapo negro.  Esa niña se llamaba Eva Duarte y el mundo la conoció como Eva Perón, la mujer que marcó y sigue marcando la vida de millones de argentinos, desde los polos opuestos, pero tan parecidos, del odio y del amor.

Alguien decía que nadie puede imaginarse cómo y de qué vive una niña de quince años, sola, sin trabajo, en Buenos Aires. La verdad es que todo el mundo se lo imagina, y fue verdad.  Y para sobrevivir en esos espacios era importante su cuerpo, pero también su voz. Tenía que transmitir todas las emociones posibles, ciertas o fingidas. Y eso le permitió llegar a actriz de radionovelas de última categoría que, por supuesto, eran seguidas por millones de argentinos conmovidos. A los 18 ya era una estrella y pocos años después conoció a un militar golpista que se movía entre dos aguas: por un lado, leyes a favor de los trabajadores y por otro, una inocultable simpatía con el fascismo en todas sus formas.

Como en los culebrones, la pareja terminó casada. Evita se convirtió poco menos que una enviada del cielo: ella misma pidió a la Confederación General de Trabajadores que exigiera su beatificación en vida. El Papa Pío XII recibió una carta con varios millones de firmas. Populista sin pudor, Evita recibía a sus descamisados en la casa de gobierno. Ella vestía joyas tachonadas de diamantes, y alguno de sus 400 abrigos de visón: “Algún día ustedes se vestirán como me visto yo”, era una frase que sacaba lágrimas de gratitud a los hambrientos.  En su momento, ordenó una estatua suya, más grande que la estatua de la libertad. Pero ese sueño ególatra se lo cortó la muerte. Aunque esa es otra historia.

No es casual que en ajedrez la dama sea también la más temible:

Zukertort-Englisch,  Londres, 1883

1: D5C!                 DxD

2: P8A+=D          R2A

3:DxC!                  RxD

4: C7A y el negro resigna

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