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El Telégrafo

La “mucha” de “Chucho”

09 de mayo de 2012

El jugador ecuatoriano de fútbol Cristian Benítez festejó un gol con un  “beso” tapiñado a su compañero de equipo, el argentino  Matías Vuoso. Y por ese gesto, porque no pasa de eso, el titular de la Comisión Disciplinaria de la Federación Mexicana de Fútbol, Alfonso Sabater, recomendó evitar dichas celebraciones. Y con ello, en la práctica cruda y sexista, censuró toda expresión libre, plena, original y sensual entre hombres en un partido de fútbol, en el que caben todas las posibilidades de festejo “entre machos”.

Más que el fingido beso o la celebración original, lo de fondo es  saber por qué no se besaron frontal y abiertamente. ¿Quizá la Federación Mexicana los hubiese castigado con no jugar más si lo hacían? ¿Habrían sentido menoscabada su masculinidad con una manifestación pública de “esa naturaleza”?

No es la primera vez que jugadores de fútbol se expresan, muy masculinamente, besándose, tocándose, abrazándose o acariciándose. Y de hecho es una expresión muy masculina, que no conlleva ninguna prevención o censura sexista, machista o feminista.

Lo que cabe aquí es preguntarse también por qué este tipo de expresiones y otras, como la de la pareja de lesbianas que quieren inscribir con sus apellidos a la hija biológica de una de ellas, desatan “pasiones” y reacciones casi irracionales. Posiblemente los expertos y los sicólogos tengan una respuesta más “racional”.

Con todo, hay una sola certeza desde lo más conservador que la sociedad nos ha inoculado: la diferencia de sexo coloca límites a nuestra propia libertad. Y desde lo más especulativo y “progre” hay otra: los seres humanos estamos cada día más convencidos de que ciertas trabas a nuestra libertad corporal y expresión de género se están desmoronando y requieren concretarse tanto que “Chucho” y Martín pueden “besarse” sin recelo alguno y dos mujeres pongan sus  apellidos a una hija a la que incorporan en su familia (diversa). Porque por encima de los formalismos y etiquetas sociales la corporalidad masculina y femenina debe y tiene que expresarse de mil modos, sin por ello constituir pecado venal o mortal.

Quizá esos “gestos” son por ahora el signo de un futuro que se avecina o de una ventana para ver más allá del presente para que la humanidad sea cada vez más plena y auténtica. O también puede ser el revelador de una sociedad en decadencia que no soporta que su organismo rechace la libertad corporal y sentimental de otros que se construyen a diario con lo que sienten, viven y quieren gozar.

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