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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

La línea y el sentido común

19 de diciembre de 2015

La idea de que transitamos por un tiempo lineal e infinito ha sido creada por la cultura europea. Muchas sociedades, entre ellas algunas que forman parte de América Latina, interiorizaron esa creencia, que se ha acentuado en la modernidad. El esquema se asienta sobre la existencia de tres tiempos que creemos reales: pasado, presente y futuro.

Para no perdernos en el tiempo y orientarnos respondiendo a la demanda de nuestro sentido espacio-temporal, usamos el pasado, que nos determina el lugar y el momento de nuestro origen.

El presente solo es el puente, porque en realidad buscamos llegar al futuro, el punto de llegada. Sobre esas nociones se asientan los discursos económico–políticos del desarrollo y el subdesarrollo. Los centros de poder han posicionado la idea de que pueblos atrasados deben seguir las sendas de los pueblos iluminados que ya llegaron al desarrollo.

Pero la representación de linealidad creada por la cultura occidental no solo es horizontal, también es vertical, lo cual equivale a imaginar que existe un camino perpendicular que nos lleva a un punto infinitamente alto. Los que se presume están arriba son asimilados como superiores, y los que se cree están abajo, son considerados perdedores o inferiores, por lo tanto deben doblegar el esfuerzo para llegar. Sobre esa premisa parece asentarse la idea relacionada con el crecimiento económico.

Se ha interiorizado el concepto de que hay que subir por una escalera infinita, porque eso significa crecer. Se evalúa ese avance en números, de tal forma que el logro o fracaso de un país se lo mide por el crecimiento mayor o menor en términos anuales. Se dice, por ejemplo, que América Latina creció el 3%, o, en otro caso, crecerá menos, o no crecerá. Algunos neófitos en el asunto nos preguntamos cómo se traduce en la realidad un crecimiento: al parecer la respuesta tiene que ver con la producción total anual. Si eso es así significaría que desde ahora y para siempre y de manera infinita tenemos que incrementar el trabajo, los productos y las ganancias.¿Es eso sostenible?

La modernidad y su expresión económica, el capitalismo, están fundadas no solo en relaciones sociales y de producción injustas, desiguales y de explotación, sino en conceptos absolutamente ilógicos e irreales.

Sin embargo, casi nadie desafía el sistema de ideas que se han impuesto como verdades incuestionables. Cuando las ideas se naturalizan y logran que gran parte de las personas las usen cotidianamente a favor del poder del capital, significa que obedecemos a un orden hegemónico.

Las fuerzas dominantes del mundo nos imponen a los países latinoamericanos su agenda, lenguaje métrico y visión del mundo: crecer y crecer para llegar al paraíso superior llamado desarrollo económico. Nos intimidan a partir de discursos que tienen como fundamento la línea, el porcentaje y la jerarquía. A cada instante los medios de comunicación señalan que tal o cual país del Sur está en el puesto tal o cual, de acuerdo a la medición de ‘riesgo’ para la inversión.

O que se encuentran ubicados en el número tal, con respecto a estándares de inseguridad. Pero la línea y la medida son creadas por ellos, los del Norte. (O)

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