En su concepción moderna la idea de libertad es relativamente nueva, apenas surgió hace unos trescientos años, como esencia de la doctrina liberal. Pero el liberalismo se bifurcó en su momento en dos corrientes: la que consideró que su razón de ser eran los derechos del hombre y, por lo tanto, se ancló a una perspectiva humanista; y la que en contraparte consideró que lo más importante era la libertad del comercio y garantizar el derecho a la propiedad privada.
Los humanistas desarrollaron desde el siglo XVIII la idea de los derechos fundamentales, es decir el derecho a la libertad de expresión, a la libertad de cultos y a la vida; tales derechos se erigían sobre otro principio de la modernidad: el individualismo. Hoy, mucha gente define a la libertad como la posibilidad de hacer y decir sin límites ni restricciones. Como tal definición no es práctica en la vida social, entonces se establece que la libertad puede llegar hasta donde empieza el derecho del otro a ejercerla.
La mayoría de nosotros estamos convencidos de que la idea de libertad es inmemorial, es un don natural y siempre estuvo relacionada con los individuos humanos. Sin embargo, el origen de esta idea, en el mundo moderno, tuvo que ver con el interés de una nueva clase social, la burguesía, que necesitaba que se liberara a los siervos y esclavos para que engrosaran la masa de obreros industriales que tendrían un salario, destinado a ser devuelto por medio del consumo. Por otra parte, la idea de libertad estaba relacionada con la posibilidad de que la gente, productora de fuerza de trabajo, considerada entonces como una mercancía, circulara libremente sin las restricciones que imponían las fronteras feudales o regionales. En esa época, la libre circulación humana estaba conectada con el principio de libre circulación de mercancías o libre mercado.
El principio liberal de libertad fue deformado por el neoliberalismo, una técnica política mediante la cual se busca achicar a los Estados para que no interfieran en el libre comercio de la mercancía tangible e intangible, y la explotación del trabajo humano sin respetar derechos individuales y colectivos, con el propósito de facilitar la acumulación de capital real e irreal, y crear las condiciones para que grupos de poder anclados a imperios controlen el mundo.
Mientras los pueblos usan el discurso de la libertad en relación a sus derechos humanos y a la soberanía, los poderosos anclan el principio a la libertad mercantil, al libre mercado. Así mismo, manosean el principio de libertad, para decir verdades o mentiras con fines políticos y usan a la prensa, aunque con ello afecten derechos humanos, uno de ellos la honra.
Libertad es una bella palabra; América Latina le dio otro contenido y la convirtió en el sustrato de los movimientos de liberación que se desarrollaron desde finales del siglo XVIII. En general la izquierda latinoamericana ha cocido el principio de libertad al principio de la vida. Ahora existen nuevos pensamientos, como el del ecosocialismo, que amplían la noción de libertad como sinónimo del derecho a la vida como expresión múltiple y compleja contenida en la naturaleza.
En la contracara, yace el principio neoliberal que busca proteger al mercado, como si fuera un ser vivo. Actualmente la gran lucha en el mundo tiene que ver, en definitiva, con los dos conceptos opuestos de libertad, el uno profundamente ecohumanista, y el otro basado en la codicia. (O)