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El Telégrafo

La lealtad antes que la incondicionalidad

21 de julio de 2011

Aunque cueste trabajo aceptarlo, es más importante contar con la lealtad de una persona que con su incondicionalidad y para aquellos que están en el mundo de la administración pública, con mayor razón hay que tomarlo en cuenta. El problema radica en que no tenemos prioridades en los valores y a veces la necesidad de engreír nuestros egos puede llevarnos a creer que lo que necesitamos a nuestro lado es una persona incondicional, es decir, alguien que no razone, que no ponga en tela de juicio nuestras decisiones, porque su tarea en la vida es por definición no poner condiciones a nada.

Si hay algo que uno aprende entrevistando personas es que la gente se involucra en problemas innecesarios, casi siempre por estar mal acompañado y mal asesorado. Evidentemente no hay nada nuevo en esto de que a las personas les guste que les inflen el ego y no que les digan la verdad, o por lo menos su verdad.

Maquiavelo sabía del riesgo que ello implicaba y por eso aconsejaba al Príncipe cuidarse de aduladores, haciendo comprender a los hombres que no le ofendían cuando le decían la verdad, pero que si todos se la decían, entonces le faltaban el respeto; concluyendo que era necesario elegir hombres sabios con el poder para decir la verdad sobre aquellas cosas que se les preguntaba y no sobre otras.

Como para el Príncipe saber cuál era buen ministro no era tarea fácil, Maquiavelo le recomendaba algo infalible y era ver si este pensaba más en sí mismo que en su gobernante o si en todas sus acciones buscaba provecho personal, entonces había razón para desconfiar,  porque un ministro que tenía en sus manos el Estado de propiedad del Príncipe, no debía pensar nunca en sí mismo sino siempre en él.

Pero como el mundo avanza y las personas siguen siendo iguales, siglos más tarde, John Locke volvió otra vez con el asunto de la lisonja diciendo que esta provenía de agentes ilustrados, que hoy llamaríamos tecnócratas, y que a través del cultivo del orgullo buscaban obtener el poder y el dominio sobre sus gobernantes.

Nada ha cambiado,  así que cuando se cuenta con la lealtad de quienes nos rodean estamos seguros, pero ello supone tener la capacidad de asumir la crítica de manera constructiva y de recibir un “no” con gratitud; la capacidad de contar con gente que razone y diga las cosas de acuerdo con la verdad, tal  y como la conoce,  que se plante y diga que no está de acuerdo, ya que la adulación y la lisonja deforman la percepción que se puede tener de la realidad, perjudicando nuestra conducta y nuestras decisiones.

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