El vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, dijo hace poco que “la globalización ha muerto”, nos hemos quedado sin destino y estamos abocados a inventar un nuevo proyecto mundial, cuyo nombre y característica desconocemos. La hipótesis de García Linera no dista de las advertencias realizadas por pensadores del sistema-mundo capitalista, como Immanuel Wallerstein, quien también afirmó recientemente, que estamos frente a una crisis estructural y que la cuestión estriba en qué clase de transformación somos capaces de llevar a cabo.
Las conclusiones de García Linera se basan en dos indicadores importantes, entre otros: el triunfo en Estados Unidos, el corazón de la ideología neoliberal, de Donald Trump a partir de un proyecto económico proteccionista, nacionalista y segregacionista; y la salida de Inglaterra de la Unión Europea, a lo que habría que agregar el avance de la derecha en Francia, portavoz de un discurso racista que anuncia además el cierre de sus fronteras.
Una imagen del repliegue de la globalización presenta a las ondas, que antes constituían un gran campo de dinámica y fuerza ampliándose infinitamente, retornando rápidamente a un punto de contracción, destruyendo todo a su paso. Aceptar la tesis de que la globalización ha llegado a su punto y ha empezado a contraerse, significa reconocer que el crecimiento del comercio mundial ya no será una esfera en expansión, y que caminamos a una especie de nuevo medio evo, en el que los grandes países amurallados controlarán internamente todo el movimiento de la mercancía y fuerza de trabajo.
Los antiguos centros imperialistas se transformarán en aparatos absolutistas de escala territorial y social, destinados a regular rigurosamente la balanza comercial, los precios y el mercado interno. Por otra parte, su apuesta, para detener la amenaza de rebeliones, será la neoindustrialización, el consumismo y el desarrollo de un ultranacionalismo que a lo mejor se acercará a sistemas religiosos operados por nuevas iglesias y redes sociales, para asegurar la cohesión social, la hegemonía y el control de las masas. Los Estados cerrados, amurallados, necesariamente mantendrán o desarrollarán poderosos ejércitos, así lo ha demostrado la historia del absolutismo, que ya experimentó el mundo entre los siglos XVI y XVIII.
Si fuera cierto que la globalización está agonizando, si ya no existieran los designios del libre comercio global, ni el proyecto cultural, político y económico imperialista, porque las viejas potencias entrarán en un reposo moribundo dentro de sus propios muros, significa que los proyectos de izquierda tendrán un papel preponderante para nuestra supervivencia, pues esas fuerzas estarán abocadas a la consolidación definitiva de la unidad latinoamericana, para garantizar la existencia de un mercado interno donde prevalezca el valor de uso, y un espacio sociocultural de envergadura, en el cual florezca una red de Estados populares de derechos.
En todo caso, cabe la pregunta: ¿Cómo sería un Ecuador enfrentado de manera inusitada a un mundo dividido por murallas, a un mundo cerrado? (O)