Una revolución expresa las nuevas fuerzas de la historia, significa cambios radicales que generalmente vienen acompañados de violencia. Las transformaciones que se provocan, si bien procuran ser profundas, no siempre se sostienen en el tiempo, a no ser que se estabilicen por medio de un auténtico poder legítimo.
En contraposición y de forma por demás curiosa, los intensos cambios que está provocando el feminismo no están acompañados de violencia; al contrario, la violencia la sigue practicando el patriarcado que se resiste a desaparecer; por ello viola y asesina a miles de mujeres recurrentemente.
En efecto, la reciente despenalización del aborto en Argentina nos abre un horizonte de esperanzas para las mujeres de toda América Latina. Como se ha dicho repetidamente, no se trata de promover el aborto, sino de despenalizarlo en caso de que, como último recurso, una mujer deba acudir a él, bajo determinados plazos y condiciones, con apoyo de servicios de salud. Un aborto es una agresión al propio cuerpo de la mujer y están muy equivocados quienes piensan que la despenalización lo incentiva; los datos que se tienen de los numerosos países que lo han despenalizado muestran justo lo contrario.
En nuestro país no hemos podido avanzar ni tan siquiera en la despenalización del aborto por causal de violación, por la irresponsabilidad de políticos intransigentes y fanáticos, enceguecidos por mitos religiosos, propios de la época más oscura; y que muestra no solo un pensamiento arcaico, sino un desprecio hacia las mujeres.
Luego del gran avance en Argentina, parece que nosotros quedamos más lejos; el movimiento feminista del país, que ha bregado tanto para dar ese pequeño paso que significa despenalizarlo por violación, no puede dejar de medir las vergonzosas distancias que nos separan de estos países; estamos en los últimos lugares de la cola de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres.
Sin embargo, este sentimiento y distancia nos puede llevar a engaño; realmente estamos cada vez más cerca, porque el empuje de Argentina es imparable; porque aquí al igual que allá, miles de mujeres jóvenes están acompañadas de la sabiduría y trayectoria de las militantes feministas más maduras; y porque la propia sociedad ecuatoriana tildada de conservadora, percibe bien que la penalización del aborto por violación es una injusticia sin nombre en este país.