Hasta hace poco tiempo el conocimiento sobre el pasado se transfería por medio de los espacios educativos de manera preferente, con el fin de formar a miles de jóvenes, considerando que la Historia era una herramienta sustancial para comprender el mundo y establecer una relación de pertenencia con su Estado nacional. Las escuelas y colegios siguen existiendo, pero ya no son las principales instituciones de educación y producción de las ideas, tarea que ahora está en manos de medios de comunicación y redes sociales de manera fáctica,
Actualmente la Historia, como disciplina científica que estudia el pasado, parece imperceptible en la vida cotidiana de la gente subsumida en las redes sociales, que en su conjunto predominan y constituyen el canal de difusión de mayor impacto sobre comunidades inmensas, interesadas en ser parte de una teatralización espectacular y banal, para experimentar emociones egocéntricas.
A pesar de la crisis de los canales institucionales que permitían transferir el conocimiento a los educandos, la Historia se encuentra en uno de los mejores momentos. En las últimas décadas esta disciplina ha realizado enormes contribuciones al campo de la cultura política, a partir de la revisión de las revoluciones que tuvieron lugar al mismo tiempo en Europa y América y desembocaron en las independencias hispanoamericanas, dando lugar a la creación de repúblicas únicas. La Historia también ha retomado los estudios sobre la Globalización, generando un conocimiento reciente, sumamente útil para comprender el derrotero de una humanidad que enfrenta rupturas estructurales múltiples.
Uno de los historiadores que más contribuyó al conocimiento de las revoluciones y las independencias, analizando el caso de los ejércitos, fue Juan Marchena, autor de obras emblemáticas. Marchena fue profesor de la Universidad Pablo de Olavide, visitante de innumerables universidades, reconocido con varios honoris causa y apasionado americanista. Además de extraordinario historiador, fue un personaje singular y un maestro en el sentido del antiguo humanismo. Él se ha ido al futuro inaccesible, pero nos ha legado su magnífica obra. Siguiendo su impulso inagotable, los historiadores seguiremos trabajando el pasado, con la esperanza de encontrar claves para comprender un presente que parece carente de espíritu.