No alude a la novela de Tolstoi, la Guerra y la Paz, sino al premio Nobel de la Paz 2012 a la Unión Europea, bajo el argumento de que ésta está pasando graves dificultades económicas y sociales. Si este es el argumento, el Sur del mundo debería haberlo recibido cada año desde 1895.
Sur del mundo que ha favorecido históricamente, a la fuerza, a la centralidad de Europa; la cual nos debe gran parte de su bienestar social y riqueza; bueno lo que va quedando de la misma en momentos en que la banca es el foco de atención de los organismos internacionales y los gobiernos; y no la gente que “confiando” en los bancos o en los fondos de inversión “seguros”, en muchos casos, convirtió sus ahorros en inversiones riesgosas, con el objetivo de conseguir ingentes ganancias.
Fondos que, en otros casos, han contribuido, a su vez, a la compra anticipada de miles de toneladas de alimentos por todo el mundo, afectando a los precios internacionales de los mismos, provocando una artificial escases, donde, como siempre, los más pobres del planeta terminan pagando las ambiciones capitalistas de las clases del bienestar del primer mundo.
Muchos se preguntan, después del premio Nobel de la Paz a Obama, por qué Europa recibe un premio tan significativo; pero no es Europa la que recibe, sino el proyecto de la Unión Europea, la cual en su trasfondo fue concebida para cortar las alas a las ambiciones imperiales de Alemania.
Pero décadas después parece que el efecto fue el inverso; es precisamente Alemania, la democracia cristiana alemana, la que ha construido un nuevo muro invisible, financiero, hecho de capitales especulativos y de grandes masas de empobrecidos.
Una Europa del norte y otra del sur. Una Europa central y otra periférica. Será el premio a los tres y medio millones de niños británicos que se mueren, literalmente, de hambre.
Cuesta creer que los niños británicos, como otros miles de italianos, alemanes, griegos, etc., padezcan de los males del Sur del mundo. Cuesta pensar, por el imaginario de la centralidad del mundo, que en países tan ricos, democráticos, pacíficos, etc., millones de niños y adolescentes tengan que vivir de la caridad para no morir de inanición. Esta es la guerra en tiempos de paz: 500 familias son desahuciadas de sus casas, cada día en España o el que las policías anti-inmigrantes estén felices de que los neonazis hagan a la perfección su trabajo.
A esto se referirá el Comité de Oslo, con eso de “el mayor éxito” de haber logrado “la paz, la democracia y los derechos humanos”.
Este es el premio a la guerra en la paz. Una paz en miseria es la que proclama Rajoy y Merkel, donde cada ciudadano de la altamente civilizada Europa se decanta por el sálvese quien pueda y como pueda; donde el viejo racismo florece y donde la primavera europea no alcanza, aún, a revelarse contra un Estado neoliberal ya consolidado en una democracia representativa fétidamente llena de monarquías y aristocracias.