Las relaciones de los seres humanos en la sociedad están determinadas, tanto por la base material como por los valores que guían las prácticas individuales y colectivas. El valor es finalmente la apreciación de cosas, rituales, instituciones, principios o símbolos. En otro caso el contenido movilizador que impulsa a la sociedad a buscar un modo de vida.
Los estudios sociales han trabajado mucho sobre la historia de las ideas y la historia de las representaciones, incluso sobre ideologías y doctrinas, pero ciertamente muy poco sobre la cultura de la valoración. En cambio, la economía desarrolló la Teoría del Valor e incorporó en su glosario, desde sus orígenes como disciplina, la palabra ‘valor’, asociada sobre todo al valor de cambio mediado por la moneda; o al valor de uso, relacionado con la utilidad de las cosas. Después, desde la ética ambiental, se ha propuesto recientemente retomar la discusión acerca del valor intrínseco de la vida en todas sus formas.
Podría ser que una historia cultural de los valores determine las razones y formas de apreciación que ha desarrollado una sociedad a través del tiempo. Sin embargo, esa historia cultural de los valores quedaría coja si no explica las relaciones sociales de producción y las relaciones de poder concomitantes, lo que permitiría descubrir qué grupo ejerció dominación y, por lo tanto, fabricó e impuso los valores por medio de la fuerza o por medio de formas más sutiles, hasta lograr la hegemonía.
Se podría decir, quizás, que en la historia del mundo han existido culturas que han valorado la existencia social, la vida colectiva y estados espirituales ideales; mientras que otras sociedades, en determinados períodos, han sobrevalorado la experiencia individualista y el confort material, unido al consumismo.
Efectivamente, la sociedad occidental en su expresión burguesa y en el contexto del capitalismo, está movida por valores materialistas e individualistas. El nunca olvidado Carlos Marx, advirtió con bastante claridad cuáles eran los valores de la burguesía, que, según él, era una clase social cuya condición esencial es “la acumulación de la riqueza en manos de particulares, la formación y el acrecentamiento del capital”; por lo que en realidad está guiada por el ideal de la libertad de comercio, la libertad de comprar y vender. Orientada por sus valores, la burguesía usó y usa la cultura para el adiestramiento de los hombres y mujeres con el fin de “transformarlos en máquinas”, y “ha hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio” (Marx).
Lo verdaderamente admirable y temible es que la clase burguesa ha logrado interiorizar y posicionar sus valores a lo largo y ancho del orbe, e incluso formar un ejército de defensores de esa especie de religión, reclutando a las propias víctimas, quienes terminan defendiendo a ultranza ese sistema de ideas y prácticas, que va en contra de sus vidas.
Semanas atrás, Emir Sader publicó un artículo en este diario público, EL TELÉGRAFO, en el cual compartía la noción de que, aunque las izquierdas estén en el poder en ciertos países, en realidad el neoliberalismo ejerce la hegemonía de sus valores, y que la lucha, tal como lo dijo Perry Anderson, se expresa como “una batalla de ideas”.
Los valores tienen esencialmente contenidos, portan al fin y al cabo ideas, que como tales están dotadas de sentidos. Si es así, habría que desatar la tercera guerra mundial, que no deberá ser guerra armada, sino guerra de ideas y valores. Esa guerra sería, quizás, la guerra del fin de un mundo y el nacimiento de otro, mucho más ecohumano. (O)