Un conglomerado de países, desconectados entre sí, nació como consecuencia de la frustración de nuestra unidad nacional. Cuando los pueblos en armas conquistaron la independencia, América Latina aparecía en el escenario histórico enlazada por las tradiciones comunes de sus diversas comarcas, exhibía una unidad territorial sin fisuras y hablaba fundamentalmente dos idiomas del mismo origen, el español y el portugués.
Pero nos faltaba una de las condiciones esenciales para constituir una gran nación única: la comunidad económica.
Nacimos como un solo espacio en la imaginación y la esperanza de Simón Bolívar, José Artigas y José de San Martín, pero estaba rota de antemano por las deformaciones básicas del sistema colonial. Las oligarquías portuarias consolidaron, a través del comercio libre, esta estructura de la fragmentación, que era su fuente de ganancias. “Para nosotros, la patria es América” había proclamado Bolívar pero el Libertador murió derrotado. Traicionado por Buenos Aires, San Martín se despojó de las insignias de mando; y Artigas, que llamaba americanos a sus soldados, se marchó a morir al solitario exilio de Paraguay. Muy distinto destino se propusieron y conquistaron los Estados Unidos de América. Siete años después de su independencia, ya las trece colonias habían duplicado su superficie, que se extendió hasta las riberas del Missisipi. En 1803, compraron a Francia el territorio de Louisiana, con lo que volvieron a multiplicar por dos su territorio. Luego fue el turno de Florida y, a mediados del siglo pasado, la invasión y amputación de medio México. Después, la compra de Alaska, la usurpación de Hawái, Puerto Rico y las Filipinas. Las colonias se hicieron nación y esta se hizo imperio, todo a lo largo de la puesta en práctica de objetivos claramente expresados y perseguidos desde los lejanos tiempos de los padres fundadores. Afortunadamente para nosotros, el actual proceso de integración en la Unión de Naciones del Sur (Unasur) nos reencuentra con nuestro origen y nos aproxima a nuestras metas y esperanzas, gracias a la acción decidida de los líderes progresistas y humanistas que gobiernan actualmente a nuestra América. Aunque todavía es mucha la podredumbre para arrojar al fondo del mar en el camino de la reconstrucción de la Patria grande.
La causa nacional latinoamericana es, ante todo, una causa económica y social: para que nuestra región pueda nacer de nuevo, habrá que empezar por derribar a sus dueños, país por país. Hay quienes creen que el destino descansa en las rodillas de Dios, pero la verdad es que trabaja, como un desafío candente, sobre las conciencias de los hombres. Tenemos todo, somos autosuficientes alimentaria y energéticamente. Entonces, aprovechemos nuestros recursos naturales en forma sustentable.