Reducir los debates a la refracción es atentar contra quienes deberían beneficiarse de dichos debates. Es lo que sucede con la coparentalidad y las reformas al CONA. El informe del primer debate propone “renovar conceptos como patria potestad, tenencia, visitas y alimentos” con la participación de la sociedad civil en beneficio de la niñez.
Esta no es una guerra de los sexos. ¿Desprestigiando el feminismo vamos a construir respuestas? La violencia en ciertos sectores del debate reproduce otras violencias: descalificar, ridiculizar, dice más de quienes lo hacen que de las personas a quienes atacan, es evidente.
Hay una confusión entre discurso y prácticas de paternidad en lo que se refiere a coparentalidad. Tener padres presentes, ejercer el derecho al amor a los hijos, es lo que queremos como sociedad, pero el discurso de la coparentalidad falla vinculado al Síndrome de Alienación Parental.
¿Cómo la comisión experta aceptó usar un autor que dice que todos llevamos un pederasta dentro o que las mujeres somos histéricas por naturaleza (se puede ver p.e. el análisis de Lydia Cacho ‘La perversidad de la Alienación Parental’ con citas textuales). En un país con violencia sexual masiva contra los niños, hay responsabilidad del Estado en este retroceso. La coparentalidad es solo una opción discursiva para renovar lo que llamamos paternidad, pero se ha convertido en un ancla, como si fuera la única manera de comprender el vínculo padres-hijos posdivorcio. ¿Con tan poco nos conformamos para nombrar lo que queremos?
Ya tuvimos Plan Familia, donde el fundamentalismo religioso pasaba por “educación en valores”; hemos aceptado la reducida visión médica de la discapacidad en lugar de la visión social, y esto afecta a toda la sociedad. Los documentos de Estado están plagados de discursos velados que van contra nosotros y, en lugar de analizarlos, vociferamos. Eso somos: una gran boca que no puede hablar sin violencia, y así, irónicamente, proponemos leyes que la desmonten. (O)