Con mucha frecuencia tenemos la sensación de que lo que nos pasa a nosotros es único, lo que ocurre con nuestro pueblo, las autoridades, el país, es lo peor que le puede pasar a uno y desde lejos parecería que todo es mejor en otras latitudes.
Esto que digo no es una impresión, lo ha recogido la literatura, por ejemplo, con el gran Calderón de la Barca, describiendo la situación de los sabios descontentos con su situación o cuando se dice que se sale al mercado a vender las penas, pero cuando el probable vendedor las compara con las de los otros, decide quedarse con las propias, que no son tan malas cuando se las ve en perspectiva.
Tampoco queremos caer aquí en lo que se dice con frecuencia, aquello de “mal de muchos…consuelo de bobos”, no, definitivamente no es eso, sino atenernos a un análisis de lo que ocurre hoy mismo en diversos lugares del planeta: una guerra cruenta en Ucrania, ocasionada por la ambición de un político que quiere extender sus dominios, la caída del Primer Ministro del Reino Unido, la invasión del palacio de Colombo en Sri Lanka, las manifestaciones multitudinarias en Argentina, exigiendo la salida de los gobernantes, la baja popularidad de los líderes de los partidos Demócrata y Republicano en los Estados Unidos y así, podríamos seguir en largos párrafos enumerando las situaciones conflictivas en los diversos países y poblaciones.
Por ello titulamos a este comentario: “La globalización del descontento”, porque casi no hay país en el orbe que no tenga motivos para salir a las calles a protestar, estas situaciones se han agudizado de manera exponencial por las consecuencias económicas y sociales de la pandemia del Covid19, la guerra de Ucrania, la crisis de los contenedores, el encarecimiento de los combustibles y las materias primas y por consiguiente de los alimentos y las medicinas.
En lo que debemos concordar es en que existen razones para el descontento y también el derecho de protesta, de decir lo que pensamos, pero también nos asiste la responsabilidad de aportar con soluciones y la evidencia de que la violencia, la destrucción no conducen sino a más pobreza, a mayor deterioro de las condiciones de vida.