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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

La futura clase dirigente del país

19 de enero de 2016

Mientras se celebra el noveno año de la Revolución Ciudadana, comienza, de quedo y en voz baja, el inevitable murmullo sobre las candidaturas, el cual alude al más amplio interrogativo sobre quién y cómo será la futura clase dirigente del país. Sabemos, por comenzar, que Rafael Correa ya no será presidente y que se ventila cada vez más la candidatura de Lenín Moreno. La popularidad del personaje garantiza un buen chance de triunfo para el oficialismo, con la posibilidad (o debería decir la esperanza) de que con este relevo se enderecen algunas de las deformaciones que a menudo he evidenciado en este espacio.

Sin embargo, no se conoce con exactitud la orientación política de Moreno, y difícilmente la sabremos, por la necesidad de evitar roces con Correa que lo perjudicarían en la campaña electoral. Mas, en general, es complejo adivinar -como subrayaba recientemente el politólogo Felipe Burbano- si se tratará de una presidencia interina que prepara el regreso de Correa, o si tomará vida propia, con la posibilidad de ruptura sobre cuestiones de trascendencia. El impedimento físico del cual padece Moreno no es un factor menor en este sentido, ya que la segunda opción sería practicable solamente si el exvicepresidente planeara y efectivamente lograra quedarse por más de un período.   

Mucho sabremos a partir de los nombres que, en caso de victoria, designará como sus ministros. En el régimen hiperpresidencialista que rige en Ecuador, tendrá carta blanca para diseñar un gabinete a su imagen y semejanza. Moreno podría así llevar a cabo una renovación sustancial de la clase dirigente: un recambio necesitado por el desgaste de imagen del cual sufre la burocracia y por una cuestión de ampliación de las oportunidades y democratización de los espacios. El buen funcionamiento de las instituciones siempre resiente de la asfixia de las redes personales cuando las clases dirigentes se perpetúan y, francamente, Correa ha desacatado demasiado frecuentemente la máxima maquiavélica que sugiere una sana distancia de los aduladores.

Muchos legisladores tampoco podrán volver a presentarse. He ahí otra oportunidad para la renovación, siempre y cuando no se premie el oportunismo y no se siga mortificando la función legislativa. El razonamiento cobra aún más importancia a sabiendas que mucho del disenso hacia el oficialismo se canalizará en la papeleta de la Asamblea más que en la presidencial. Para contrarrestar esa hemorragia de votos, habrá que escoger perfiles muy dignos: el método de las primarias podría resultar ahí doblemente útil.

Pero la clase dirigente es mucho más que ministros y legisladores. Por experiencia personal, sé que en el universo del oficialismo se anidan personajes de todo tipo: revolucionarios comprometidos, finos intelectuales urbanos, honestos trabajadores, así como militantes paranoicos y dogmáticos, tecnócratas insípidos, mequetrefes indignos, caciques locales sin arte ni parte, representantes encubiertos de las élites, etc. No se pueden cambiar la sociología y la cultura del país de un día para
otro -peor habiendo abdicado a una efectiva concientización política-, pero Moreno podría tener la posibilidad de apartar los sectores menos sanos y elevar la calidad y la integridad de la clase dirigente. (O)

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