Cuando nacemos nadie nos pregunta si queremos venir al mundo. Este aserto, que podría parecer una verdad de Perogrullo, encierra pedidos de principio conceptual que exige hacer algunas reflexiones que, quizá, nunca las hemos hecho y que no están permitidas hacerlas.
Venimos al mundo por una decisión, a veces voluntaria; a veces consciente o inconsciente; otras, deseada o no deseada. Caemos en el mundo por una decisión de dos personas que en ese justo momento piensan que se aman y que lo van a hacer durante todas sus vidas… Corrientemente, eso no sucede todas veces. Nos invitan a pasar y a participar del baile mundano. Pero, eso generalmente no sucede. Nos dejan bailando sólitos.
El mundo nos ataja utilizando varios subterfugios. Nos ofrecen una vida “verdadera” que trasciende a la que percibimos. Otras, nos conminan a quedarnos porque lo más seguro es que bajo la figura de la reencarnación nos convirtamos en seres de mayor o menor jerarquía, de acuerdo a cuál haya sido nuestro comportamiento en este paso terrenal.
Si hay vida, hay muerte. Los seres humanos tenemos presente cada día en que la muerte existe como acto y como potencia. Pero hay días que muchos hombres y mujeres que por más que quieran vivir, su salud se ha convertido en un verdadero calvario. Ya no pueden vivir con sus propias fuerzas porque el cuerpo no les responde. Dependen en su totalidad, cuando los tienen, de familiares, los más cercanos para que puedan ayudarles a cumplir con sus funciones vitales básicas.
Hoy el Ecuador se ve enfrentado al dilema de aceptar la posibilidad legal de que esos ciudadanos, que no pueden con su cuerpo ni con su propio dolor infinito, que claman por una muerte digna. Al frente de estos ciudadanos de esta posición se encuentra una sociedad, pacata, egoísta, moralista que, diría, goza con el dolor ajeno. Y, bajo esos principios, hay barriadas de espíritus perversos disfrazados de una baba moralista, juzgando la vida de los seres dolientes, se oponen a que esas personas a las que tiene el atrevimiento de llamarlas 'prójimo´ puedan descansar en cualquier cielo que ellos pudieran soñar e imaginar.
Pero al mismo tiempo, en la vereda de al frente, hay grupos armados de egoísmo y prejuicios que luchan a brazo partido para que la Corte Constitucional salve su halo de santidad y se oponga a cualquier resquicio interpretativo que permita la eutanasia en el Ecuador.
Vendrán lluvias suaves y olor a tierra mojada/ Y golondrinas rolando con su chispeante sonido; /Y ranas en los estanques cantando en la noche, / ciruelos silvestres de trémula blancura./ Los petirrojos vestirán su plumoso fuego /Silbando sus caprichos sobre el cercado; / Y nadie sabrá de la guerra, a nadie/ Preocupará cuando al fin haya acabado./A nadie le importaría, ni al pájaro ni al árbol, / Si toda la humanidad pereciera; /Y la propia primavera, cuando despertara al alba, /Apenas se daría cuenta de nuestra partida.