La próxima semana, el pintor José Villarreal inaugura una nueva muestra en la Casa de la Cultura Ecuatoriana, en Quito. Su arte está en movimiento. Hay motores y resortes que mueven su mundo: la renovada luz del Amazonas y el encuentro con las tortugas pueden plasmarse en su lienzo como simbologías míticas, pero también la condición humana -sus cielos e infiernos- pueden activarse como rechazo a las fuerzas de la intolerancia.
Su arte está en perpetuo cambio y eso significa dos cosas: que su paleta está viva, pero, de manera especial, que su pintura no se acomodó a los andariveles del elogio sino que evoluciona hacia lo sugerente. A esa promesa del atardecer, que es la estética, como sugiere Borges.
Su clave es seguir esa fuerza milenaria del Gran Arte, entendida como una tradición en la pintura en disconformidad con esas posturas acríticas y superfluas, que buscan la sorpresa en lugar de la trascendencia, aupadas por los críticos quienes -desde la vergüenza de no haber reconocido al impresionismo- han sido permisivos con toda novelería.
De allí que su temática, que aborda las seis o siete metáforas que rigen el mundo, pero con un lenguaje del siglo XXI, esté presente en sus cuadros y eso por una simple razón: es un pintor de conceptos.
En una época de vértigo -con los preceptos de un anacoreta- la innovación de Villarreal acaso sea interrogar a los clásicos, especialmente desde el esplendor del Renacimiento, para una búsqueda de devolverle al Arte su perdida esencia, ante el encandilamiento de los propulsores del no futuro y de la ilusión tecnológica, que hace creer que la manipulación es una certeza.
De allí que el pintor puede viajar y realizar contramarchas en sus búsquedas de un erotismo que linda con el esplendor de las cenizas, con temas universales que no se olvidan -como sus aves- aletear en las antiguas simbologías, que lo han llevado incluso a dejar su virtuosismo en el dibujo. Son parte de la transfiguración de sus lecturas, pero también de una postura de vida: la espera en solitario y el anonimato como una suerte de epifanía que confiere a su Gran Arte el espíritu de perdurable.
Para el observador, la obra de José Villarreal resulta deslumbrante por la diversidad de temas y materiales que propone. Teniendo como referencia vital la Gran Pintura, que los maestros de Occidente han legado, el artista se ha mantenido lejos de los círculos comerciales que -de cierta manera- condicionan la dirección de la obra y, en algunos casos, vuelven repetitivo al ejecutante.