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El Telégrafo

La disputa por la historia

01 de octubre de 2011

Toda disputa es una lucha por la historia. Luchar por la historia no necesariamente es una lucha por la revolución. Si lo que vivimos o no es una revolución es discutible, siempre será discutible, ya sea por definir qué es una revolución, cómo y de qué tipo debe ser. Los análisis se han entrampado en la radicalidad de quién tiene la razón y, por lo tanto, quién posee la verdad. Y el problema es que centrar los hechos en torno de la verdad solo lleva a absolutizarla. La posibilidad de sacarla del marasmo de las interpretaciones radica en interpretar los campos de fuerza que disputan la apropiación de la historia. Ahora nos encontramos en una disputa por los hechos. Y esta confrontación, aunque puede saturarnos, es necesaria y fundamental. Es que solo los hechos por sí mismos no alcanzan para la formulación de la verdad histórica. Alcanzarla es posible en medida en que la justicia, no solamente la instituida, sino la justicia social, alcance a la disputa por la verdad. Por ahora hay un campo de fuerza entre quienes defienden si hubo o no un golpe de Estado. Pero los hechos están ahí, esperando ser interpretados rigurosamente. Mientras tanto es legítimo disputar las tesis sobre los hechos. Es que la historia es un campo de combate revolucionario. Y lo es porque hemos vivido amarrados y atrapados en una larga historia nacional, contada, recreada, imaginada desde el poder dominante. Ahora hay disputantes en la narración histórica. La memoria de los hechos está en riesgo, porque hemos estado acostumbrados a que los hechos sean formalizados y pasen al baúl de los recuerdos tristes. Por eso es revolucionario disputar la historia y no la verdad en sí misma. Pero la larga tradición oligárquica que todavía llevamos encima, como que nos exige pasar la página y punto. De pronto ahora se habla, se comenta, se formula por fuera de los viejos y rancios lugares santos de la historia tradicional. El ciudadano común y corriente, esos seres históricos, de pronto se recrean para sí y para los suyos lo vivido. Nadie quiere el olvido, peor el olvido intencional. Nos preguntamos por qué ese deseo tenebroso de convocar al olvido, como si lo sucedido habría que callar. No se puede construir y reconstruir la historia solo recordando viejos mitos, sino recordando cada acto, acción y palabra social. Enriquece al pueblo el que se radicalicen las posiciones porque ese es el corazón de la política. La historia oligárquica siempre reconcilió en su historia lo que no estaba unido en la realidad. Siempre encontramos en la historia oficial de la nación la lucha por la concordia, la unidad y el progreso, pero el día a día nos recuerda todo lo contrario, en un país que sigue luchando por dejar de ser un incierto histórico. Es un acto revolucionario disputar la historia, porque es un acto de justicia.
Buscar o causar el olvido es un acto inhumano: ¡ni perdón, ni olvido!

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