En Ecuador, nuevamente hemos visto con horror, las masacres que ocurren en centros penitenciarios. Evidentemente, la incompetencia del Estado para manejar la situación carcelaria se pone de manifiesto. Se dice que la corrupción de los sistemas de control interno desborda las buenas intenciones y las acciones del sistema carcelario; se señala que el hacinamiento es causa del problema; se explica que es un fenómeno de la falta de presupuesto, que los guías penitenciarios son insuficientes y mal preparados. Adicionalmente y de modo fundamental, la penetración de los carteles de la droga ha promovido el desarrollo de esta dinámica de horror en la que se aprecia que son estos grupos los que dominan la vida de las cárceles.
Esta barbarie se muestra más dramática cuando la irresponsabilidad y el morbo de a quienes les llegan videos y fotografías de cadáveres decapitados, descuartizados y eviscerados, los difunden en las redes sociales. Dirán que están comunicando la realidad, que no se debe ocultar la realidad. La verdad es que están atentando gravemente a los derechos humanos, a la intimidad, a la dignidad de los fallecidos y de sus familias. ¿No se dan cuenta, acaso, de que quienes filman y fotografían esta salvajada son los propios asesinos que quieren enviar un mensaje de amedrentamiento a sus enemigos, a las autoridades y a la sociedad? ¡Qué desconsuelo y dolor para los familiares de esos seres asesinados y mutilados cuyos despojos han sido filmados y difundidos! No hay un mínimo de respeto por parte de quienes envían el material gráfico y por quienes lo re envían.
Hay muchos que dicen que está bien que entre delincuentes se maten. Ningún sentido de benevolencia. Ningún respeto por los derechos humanos.
Vivimos un mal de la sociedad, una grave enfermedad social de irrespeto al derecho de los otros, de abuso y prepotencia, de latrocinio, de vandalismo y, lo que es más grave, de irrespeto por la vida. Nos estamos acostumbrando al asesinato brutal, al sicariato, a las masacres y, como sociedad, esperamos que el Estado establezca alguna política coherente, que sea efectiva para controlar esta delincuencia desbordada.
Sin duda, la raíz del problema está en una muy pobre educación y en las malas condiciones de vida de una sociedad que no ha podido educarse. De los veinte países del mundo con menor tasa de asesinatos, diez están en Europa y todos los veinte son países que tienen una educación de gran nivel y un ingreso per cápita anual superior a los 40 mil dólares. De los veinte países del mundo con mayor tasa de asesinatos, nueve están en Latinoamérica, su educación en todos los niveles es precaria y el ingreso per cápita promedio de las veinte naciones bordea los 9 mil dólares.
Educación de calidad se verá luego de dos generaciones, si acaso hay una seguidilla de buenos gobiernos. Prosperidad, igualmente. Sin embargo, política pública inteligente y honesta si podrá atenuar el flagelo del crimen tanto dentro como fuera de las cárceles.