El programa de gobierno de G. Lasso desborda de elementos traidos del neoliberalismo chileno que hoy muestra su fracaso social y político. Al parecer, le hace falta a la derecha ecuatoriana un “tanque de pensamiento” que le permita ser más creativa y pergeñar nuevas propuestas, más ajustadas a los recientes acontecimientos, si pretende una candidatura viable.
De la revisión del programa de gobierno, pude advertir diagnósticos de la realidad ecuatoriana y la salida siempre va por el lado del individualismo liberal, la empresa, el extractivismo, la desregulación en todos los órdenes, la reducción del Estado, y la idea conservadurista de la familia.
En efecto, frente al tema de la gestión de la salud se plantea transfererir la administración de los hospitales públicos al sector privado; en relación a la crisis del IESS proponen un sistema de reparto y ahorro privado para que puedan competir; frente al desempleo, flexibilización laboral; de cara a los recursos naturales, profundizar el extractivismo petrolero y minero; en relación al financiamiento estatal, la reducción de impuestos como el de salida de divisas; frente a la educación superior la eliminación de los organismos de control y desregulación; y así por el orden.
La soberbia y el desdén que significa no saber interpretar los cambios de los tiempos lleva a que un candidato que repite por tercera vez su elección, no innove su discurso y programa. Entre el liberalismo individualista y el conservadurismo moral, la candidatura de la alianza CREO con el Partido Social Cristiano se empantana en recetas que han salido caras a varias sociedades latinoamericanas, particularmente a Chile, su paradigma neoliberal de supuesto éxito; la cuestión es éxito para quiénes.
El programa destila la palabra libertad por todos lados. Es una concepción egoísta e individualista de la libertad. No se trata de ser libres para consumir y para acumular, sino se es verdaderamente libre en la medida en que se actúa junto a otros seres humanos, lo cual implica asociación y política, como nos lo advirtió la gran pensadora Hannah Arendt. (I)
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