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El Telégrafo

La democracia de mercado

24 de diciembre de 2012

Como es de esperar la política en sus juegos de poderes y contrapoderes fluctúa incesantemente a medida que se van alcanzando unas ciertas condiciones de estabilidad material: acceso a bienes y servicios y expectativas de un futuro menos incierto.

Así, mientras más grupos, sectores arriban a la clase media y de esta misma clase, otros grupos, mejoran sus condiciones materiales, el sentido y las interpretaciones acerca de la política, y la democracia se vuelven muy inestables.

Es que la lógica del consumo repetitivo e incesante hace que se entienda por bienestar la capacidad, cada vez más ampliada de poder gastar, adquirir ya no solo lo necesario sino lo suntuario, lo que provoca una movilidad de los intereses individuales, personales, familiares para que el consumo se mantenga y se incremente. Esta inestabilidad que busca hacer del consumo algo estable va provocando la emergencia de un discurso repetitivo acerca del individuo y la libertad.

En sectores de la clase media se hace común escuchar el discurso de que hay que defender la libertad individual, pero lo curioso es que casi nunca se escucha lo que significa esa libertad individual o en qué consiste ser individuos; y cuando se continúa escuchando sobre la libertad, de pronto queda claro que todo gira alrededor de cuánto más quiero ganar y cuánto más quiero gastar y, de por medio, el que se deje que “cada uno haga lo que le dé la gana”; eso sí siempre y cuando se siga teniendo trabajo y beneficios de ley y utilidades. Ahora, esos discursos se rellenan, para poder tener o creer tener legitimidad, de moralismo, es decir, la conveniencia de ajustar valores sociales a los intereses mercantiles-personales: todo para uno o para algunos menos para las mayorías. Ese moralismo defiende el que cada uno puede hacer lo que quiera, porque ese querer-hacer es la base de una “buena democracia”, donde se parte de que todos somos iguales y tenemos derechos; sin embargo, la realidad social demuestra que la sociedad está segmentada en clases, estamentos, estratos, castas, etc., lo que lleva a que pocos vengan al mundo con precondiciones que les dan posiciones de ventaja frente a unas mayorías que han llegado al mundo casi sin nada.

De esos grupos con ventaja material, surgen los que creen que tienen ventaja moral frente a los pobres. Y piensan que la gente pobre es tal porque son ociosos, de poca iniciativa, ignorantes, etc., todo una serie de adjetivaciones llenas de racismo…

Sin que comience la campaña electoral, ya podemos encontrar a los herederos de este pensamiento atascado en el irracionalismo mercantil. La democracia de mercado como un operador ideológico: igualdad etérea en una sociedad de desiguales; los que proclaman la libertad del individuo pero condenan las diversidades sexuales y se asustan de los derechos de género; los que ensalzan la democracia de la oligarquía económica. La respuesta a ese burdo pensamiento es una Democracia de las Multitudes.

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