Amartya Sen enfatiza que, si bien la democracia aún no es universalmente practicada o aceptada, la gobernanza democrática ha alcanzado el estatus de ser considerada como lo correcto. Se pensaría que un país democrático con altos índices macroeconómicos cuenta con indicadores de igualdad para sus habitantes o que por lo menos las desigualdades son pequeñas. A pesar de que estos conceptos están interrelacionados, el uno no asegura la existencia del otro. Vivimos en un mundo cada vez más globalizado e interdependiente que a pesar de los avances tecnológicos y económicos, evidencia aún inequidades sociales no solo en países pobres sino también en los países desarrollados o emergentes.
El resumen ejecutivo del informe sobre la desigualdad mundial de 2018 nos muestra cómo la desigualdad de ingresos presenta una fuerte variación entre regiones, siendo relativamente más baja en Europa y alcanzando su máximo en Medio Oriente. La desigualdad de ingresos que se ha incrementado rápidamente en países como India, Estados Unidos, China y Rusia, evidencia que, si bien son las mayores economías y muchas de ellas han experimentado un rápido y elevado crecimiento, las brechas de desigualdad se han profundizado. Por ejemplo, si bien China es el país que ha registrado un crecimiento exponencial muy acelerado ubicándose como la segunda economía mundial y alcanzando un PIB per cápita de 10.261,68 USD (2019), tiene brechas sociales evidenciadas por su índice de Gini que alcanzó en 2017 el 0,467. Este informe determina que la clase media mundial en términos de riqueza se reducirá si las condiciones actuales no cambian, puesto que la globalización ha incrementado estas brechas entre ricos y pobres a escala mundial donde en China, Estados Unidos y la Unión Europea la proporción de riqueza manejada por el 1% más rico del mundo pasó de 28% a 33%, mientras que la del 75% de menor riqueza fluctuó en 10% entre 1980 y 2016, generando así un impacto sustancial en la pobreza mundial.
Si consideramos los Objetivos de Desarrollo del Milenio podemos evidenciar avances sustanciales para la erradicación de la pobreza, los cuales han logrado que las cifras se reduzcan en la mitad. Asimismo, se han registrado importantes avances en aspectos sociales como la reducción de la mortalidad materna, la misma que ha disminuido en 45%. El rol y acompañamiento de Naciones Unidas ha sido imperativo para lograr estos porcentajes en los diferentes países, haciendo que sus gobernantes generen conciencia y que se involucren en el mejoramiento de la calidad de vida de la población en los diferentes ámbitos que abarcaban los ocho objetivos. Aunque se hayan alcanzado logros significativos, la desigualdad continua y los países deben ahondar esfuerzos para mejorar la calidad de vida de las personas. Por eso se creó la agenda 2030 con 15 objetivos, los cuales buscan dar continuidad a este mejoramiento en diferentes aspectos sociales y económicos para las y los ciudadanos.
¿Qué impacto puede tener la desigualdad para el futuro de la democracia? Aunque no existe un modelo democrático que pueda ser usado universalmente, Boix (2003) hace referencia en su texto “Roots of Democracy” a que la estabilidad democrática está correlacionada con el desarrollo económico ejemplificando que, tras la Segunda Guerra Mundial, el ingreso per cápita de los países ha subido y también la posibilidad de que un país sea democrático. Asimismo, indica que “mientras solo el 20% de los países con un ingreso per cápita de $ 1,000 han sido democráticos desde 1950, alrededor del 40% lo han sido con $ 4,000 y el 90% con $ 11,000 o más; y en ninguno se ha caído la democracia con un ingreso superior a $ 7,000” (2003: 4). Esto nos hace reflexionar sobre la importancia de una sociedad más igualitaria, pensada en la reducción de las brechas de desigualdad que generen más derechos para más gente.
En conclusión, los gobiernos deben ahondar esfuerzos para reducir estas brechas de desigualdad a nivel nacional las cuales no solo generan inequidades económicas, sino también sociales y estructurales.