La democracia se corrompe cada vez que es degradada al convertirla en instrumento de pasiones retorcidas, propias del autoritarismo y de la corrupción política, por lo tanto, pensaríamos que el abuso de poder es un verdugo de los derechos democráticos, de tal suerte que en el Ecuador del presente asistimos a la judicialización de la política y la politización de la justicia.
De ahí que el presidente electo, palabras más, palabras menos dijo en su primera intervención, que recibía un país golpeado por la violencia, por la corrupción y el odio. Y ese es el reto que tiene Daniel Noboa, el candidato costeño que triunfó por el voto serrano desde el Carchi al Macará, pasando por el Oriente, incluida la provincia de Pichincha en donde el correísmo usó toda su artillería y movilizó a toda su militancia, contando con alcalde y prefecta, que meses atrás triunfaron en la lid electoral.
La corrupción representa una amenaza seria para la salud y la integridad de cualquier sistema democrático. Cuando la democracia es utilizada como una fachada para encubrir o facilitar prácticas corruptas, se erosionan los principios fundamentales de igualdad, justicia y participación ciudadana que sustentan un sistema democrático genuino. La corrupción es la fuente de la violencia y es el instrumento idóneo para fomentar el odio que también es violencia disfrazada y que en el caso Ecuador incluso ha llegado al nivel del magnicidio.
La corrupción socava la democracia porque genera desigualdad y exclusión, en otras palabras, la corrupción puede resultar en una distribución desigual de recursos y oportunidades, excluyendo a ciertos grupos de la sociedad y perpetuando la desigualdad. Cuando los líderes y funcionarios corruptos no enfrentan consecuencias por sus acciones, se debilita la confianza en las instituciones democráticas y se quebranta la rendición de cuentas; ergo la Función Judicial que se supone es la piedra angular sobre la que se levanta la democracia, se ha convertido en la sirvienta del poder político de turno. La corrupción puede influir en los procesos electorales al manipular resultados o limitar la participación de candidatos y partidos políticos legítimos, pero además el órgano electoral administrativo como el de justicia se han perpetuado, y eso ya resulta peligroso para la salud de la patria.
La percepción de corrupción puede desalentar la participación ciudadana y generar desconfianza en el sistema político, lo que mina la legitimidad de las instituciones democráticas. La corrupción debilita la ética y la integridad en la política, promoviendo un ambiente donde la prioridad es el interés personal sobre el bienestar público. La corrupción puede llevar a la asignación injusta de recursos públicos y servicios, beneficiando a unos pocos a expensas de la mayoría. La percepción de un entorno político corrupto puede disuadir la inversión extranjera y nacional, lo que puede afectar negativamente el crecimiento económico y el desarrollo.
El presidente electo tiene un gran desafío en tan poco tiempo, como para que después de sus días de gobierno deje encendida una antorcha de esperanza en el cambio, porque lo cierto es que a nuestro país los gobernantes no lo quieren porque la corrupción ha sido el brazo derecho de la administración pública. Si Noboa puede articular una política de combate al crimen organizado, pacífica las calles, desbarata las bandas enquistadas en las cárceles, cambia el sistema penitenciario corrupto, podemos decir que la juventud es el futuro de la patria.
Noboa no debe pensar en la reelección inmediata, debe dejar huella para que se le extrañe y abrir las puertas para el funeral de ese animal político perverso que tanto daño nos ha hecho como es el populismo expresado en una organización decadente que no ha parido nuevos lideres sino se retroalimenta de los caudillos.