Al Gobierno “no hay cuña que más le apriete que la del mismo palo”, es decir la misma izquierda, tal vez la del ala más radical, pero izquierda al fin, esa que acompañó a Correa en las primeras elecciones.
Uno pensaría que la oposición más dura la hace la derecha, pero no es así porque desde que Rafael Correa llegó al poder tuvo que guardar un mínimo de equilibrio para mantener la gobernabilidad, ya que -no nos digamos mentiras- los ecuatorianos no es que fuéramos “zurdos” por naturaleza. Los movimientos más radicales de izquierda y las organizaciones indígenas se sintieron traicionados por ello y es así que son estos los que tienen las posturas más duras contra la consulta popular. Llama la atención que algunos manejan un discurso en contra de la persona del Presidente, promueven el No contra Correa y no contra el contenido de las preguntas, y en otros casos, como el MPD, manifiestan una especie de miedo a que eventuales cambios vayan a generar una persecución del Gobierno, pero la historia ha mostrado que las persecuciones no derivan de las normas sino de la falta de pluralismo y democracia.
La izquierda radical gasta más esfuerzo en retórica y en peleas internas que en desarrollar nuevas propuestas, olvidando que Correa no es eterno y propuestas buenas pueden llegar a tener futuro. Ecuador es un país netamente caudillista, la figura del Presidente es el motor que lo impulsa, es tan personalista que bajo la sombra del Mandatario la polarización de fuerzas de derecha o izquierda hace que las ideas pierdan fuerza argumentativa y, por lo tanto, poder de convencimiento a la hora de presentar alternativas al pueblo. Con absoluta certeza hay diferentes planteamientos sobre cómo hacer las cosas de manera distinta, pero eso es algo que solo se puede lograr con una izquierda más moderna, más democrática y más madura.
Lo que muestran las experiencias de países como Chile, Brasil y Uruguay es que cuando la izquierda no presenta esos niveles de polarización y se fortalece por la unión y la concertación, puede lograr desarrollo social y económico, mientras permite la creación de una sociedad más plural y democrática. Al final del día, la fortaleza de un partido no debe radicar en eliminar otras opciones políticas sino en presentar mejores alternativas, y para ello hay que transar y negociar posiciones.
Las democracias maduran cuando hay escenarios plurales, cuando los actores políticos no desaparecen al no haber ganado una elección sino todo lo contrario, cuando permanecen activos y se les permite discutir y presentar alternativas distintas. Es la única forma de que los gobiernos de turno y los partidos no se anquilosen y no se burocraticen. En esto la competencia sí que es buena.