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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

La cultura como esfera autónoma

26 de abril de 2015

Por un largo tiempo hemos vivido en un mundo matrizado. Dividimos las ciencias, clasificamos las cosas, compartimentamos la realidad en dimensiones políticas, económicas, sociales y culturales. A partir de ese enfoque hemos creído que la cultura es una especie de esfera autónoma habitada por seres especiales, por lo que se necesitan instituciones especializadas para operar ese lugar diferente y superior, nada común y por lo tanto cerrado a las ‘masas’.

La visión limitada que mira a la cultura como esfera autónoma y diferenciada, considera dos niveles de creación: un nivel superior donde se ubican las artes canonizadas que se derivan de la cultura europea/occidental; y, por otra parte, la cultura popular donde se expresan el mito, la superstición y se elaboran las artesanías como objetos utilitarios herederos de la tradición. Alta cultura y cultura popular son los dos conceptos contrapuestos que responden a una perspectiva burguesa de la cultura que en su momento fue acogida aún por importantes intelectuales de izquierda, puesto que fueron hombres de su tiempo y debían enfrentar el desafío de construir la nación. Por otra parte, estaban convencidos de buena fe, que los intelectuales patrióticos e iluminados por el pensamiento universal y eurocéntricos, podrían llevar de la mano a todo el pueblo hacia el progreso. Por supuesto, acunaron lo mejor del humanismo de la época.

Algunos historiadores señalan que el concepto de cultura como esfera autónoma tiene que ver con fenómenos que tuvieron lugar durante la época del desarrollo industrial cuando las masas de las nuevas ciudades se adherían al consumismo.

En respuesta los poderosos comenzaron a temer que la “democracia de clases” se convirtiera en democracia de masas. Uno de los defectos atribuidos a las masas era su “mal gusto”, frente a lo cual contraponían el “buen gusto”, atributo de los estetas, gente especial capaz de leer el “secreto del universo” y crear los objetos artísticos más bellos. Comenzaron entonces a formarse los críticos para canonizar lo que era arte y diferenciarlo de lo vulgar. Nacía en consecuencia, la teoría del arte por el arte, como fin en sí mismo.

En muchos de nuestros países, la política del Estado se alineó a esa visión y se crearon instituciones para administrar exclusivamente la esfera de la llamada alta cultura separada de las expresiones populares.

Las viejas instituciones funcionaron hasta ahora, pero todo el esquema ha empezado a tambalearse debido a que está cambiando el lugar social de la cultura (Zallo (2011); y porque evidentemente está muriendo la democracia de clases y en su lugar aparece la “democracia de masas”.    

Pero en lo fundamental, las antiguas instituciones se ven obligadas a renovarse, debido a que la cultura debe ser entendida ahora como una totalidad compuesta por sistema de ideas y prácticas, que atraviesa a toda la sociedad, concebida como colectivo de iguales–diversos. (O)

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