La criticidad es un término que se utiliza en la física y me servirá para entrar en el contexto de lo que actualmente ocurre con nuestra política. Este adjetivo, alude a mucha gravedad, a una reacción en cadena, pero también presupone una oportunidad.
Vivimos adaptándonos a todo: a promesas sin cumplir, a bufones de tarima, a discursos fatuos cargados de cinismo. Que bronca me genera ver la insensibilidad de ciertos políticos jugar con la miseria y la necesidad de las personas humildes. Me pregunto, ¿Qué pensarán de estos aventureros, aquellos que viven en el abandono, en la ruralidad, en la desidia? ¡No escuchen lo que dicen, observen lo que hacen!
La sociedad experimenta una crisis orgánica abierta. En campaña cuando se necesitan votos hablan bonito de los pobres, pero cuando llegan al poder no hacen nada por ellos. Toman la palabra en su nombre sin pertenecerse, tal vez para intentar quitar prejuicios; quieren resolver el desempleo, pues ellos sí tienen uno estable. Cada personaje que aspira a una dignidad trata de destruir al adversario como al más acérrimo enemigo y utiliza las armas que están a su alcance para dar la impresión de liderazgo y conquistar electores; electores libres para decidir, muchos ignorantes, pero que acaban prisioneros de las consecuencias, como lo advertía Neruda.
La clase política y los partidos poseen un alto nivel de rechazo ciudadano. ¿Será que no se dan cuenta? Muchos hemos perdido tiempo valioso en discusiones con tontos que defienden lo imposible, están ciegos por culpa del ego, los complejos y el resentimiento. Aprovecho el espacio para pedirles que no se desgasten. Freud escribió hace un siglo que la civilización nació cuando una persona decidió insultar a otra. Aunque a veces pareciera estar cerca de llegar a los piedrazos, la sugerencia es dejar de pelear por políticos y en su lugar debatir ideas; discutir por ideales ajenos no es lo correcto, podrían robar en tu nombre.
Somos parte de un sistema social que funciona en el mundo con características similares, (inestabilidad, corrupción, delincuencia, abuso, pobreza, deshonestidad, etc.), cada uno le pone los condimentos para hacerlos propios. Moramos comparándonos con los sistemas políticos de otras naciones, nos fascina sentir que los vecinos viven mejor, perdemos la existencia cuando queremos la vida de otros y no mejoramos la propia.
A veces la ignorancia no deja ver y entender como estamos. Basta con revisar la historia para comprender un poco el contexto geopolítico. ¿Acaso se olvidó lo ocurrido a mediados del siglo IXX en Europa? Cuando la industrialización estaba en su apogeo y se producía más que nunca; pero a la vez, se explotaba a los trabajadores con jornadas extensas, salarios de miseria, trabajo infantil, sin seguridad médica; mientras los dueños de las fábricas se enriquecían por un efecto rebote. ¿Será que esto no está en el radar? Ya lo refería el filósofo Hegel: “Todo progresa a partir del enfrentamiento de contradicciones […], cada sociedad lleva a cuestas el germen de su propia destrucción”. Nos creemos diferentes, especiales, pero somos lo mismo”.
Será que los de mi generación (1971) hemos olvidado las clases en el colegio donde se analizaba los residuos del Siglo XX, que tuvo como base la Guerra Fría que exigía escoger un bando. Capitalismo con USA o Socialismo con la Unión Soviética. La evolución es tan acelerada que vemos a Rusia adoptando prácticas capitalistas y a USA hablando de los beneficios del socialismo. Progresismo en manos del liberalismo económico. Los comunes mortales seguimos sin entender ¿cuál es fórmula?, esta antítesis constante de contemplar a socialistas enamorados del capitalismo.
Hoy pienso que las ideologías acaban fetichizando a las masas, cada cual a su sujeto político, la democracia al pueblo, el feminismo a la mujer, etc. Por ello planteo subirle una marcha más a la discusión que ya no puede ser de izquierdas o derechas, sino sobre pragmatismos o ineficiencias, sobre capacidad de gestión, consensos, honestidad y resultados. Vemos la incapacidad de atender las urgentes necesidades complejas que requieren más sentido común, más ciencia, menos dogma; sin fanatismo.
Quería soslayar la crisis política y de valores, lo ingobernables y exquisitos que somos cuando las cosas no funcionan como queremos, pensamos en lo personal, no en lo colectivo. Todo se plantea como nuevo y se deja al descuido el pasado (todo pasado malo). No hay continuidad. Y allí se refleja la egolatría sumida en la apología de ciertos personajes. Entendemos que no habrá transformación política sin un cambio antropológico paralelo. Si queremos llegar a ser un país próspero debemos olvidar la queja y buscar soluciones que permitan avanzar, generar servicios y productos con alto valor añadido será fundamental para no caer en la lista de “países de segunda”, incapaces de ofrecer oportunidades a los jóvenes y replantearnos todos otra dinámica política - laboral con profesionales mejor formados.
Distinguir que nuestro sistema político está hecho añicos, la corrupción corroe los cimientos de la democracia en la medida que debilita la confianza de la población. De allí lo de criticidad política, nos vemos al borde del colapso, todos atrapados por el miedo, la desesperanza, los constantes desatinos, vamos de culpa en culpa y nadie responde. La política en nuestro país esta desenfocada de los problemas de la gente, domina el método de baja responsabilidad, nadie le cobra cuenta por desempeño a nadie; por consiguiente: da lo mismo hacerlo bien o mal. Eso facilita el estancamiento, la mediocridad, la falta de ética.
No contamos con centros de formación de líderes. No existe un espacio para imaginar el país; el partido conservador inglés tiene un think tank para pensar a Inglaterra 30 o 40 años. Sócrates planteaba la idea de hacernos preguntas que nos ayuden a descubrir aquello que ignoramos y los prejuicios que poseemos.
Mientras escribo no dejo de soñar con un país que asegure una sociedad más armónica. Ojalá en su día los temas que copen la agenda de los gobiernos se relacionen con la lucha contra la desigualdad y la erradicación de la pobreza, como imperativo ético humano y que no quede en lindos discursos cargados de retórica que solo dejan en evidencia lo susceptibles que somos a nivel social.
De cada uno depende construir un mejor futuro y para ello la educación es fundamental. Debemos enseñar a niños y jóvenes a sentir orgullo por el país y lo más conveniente es elevar el nivel educativo de las personas, luchar para cambiar los paradigmas y vivir con dignidad. Trabajar en la pedagogía crítica y que no sea simplemente una noción brumosa. Todos deberíamos sumar a diario para construir una energía tan potente que genere un Ecuador más justo y más humano.
¡Tenemos muchas taras por resolver!