Ejemplar ha sido el debate que se dio el pasado viernes en el OEA, con el objetivo de reformar a la CIDH. Ejemplar porque el escenario se ha desarrollado durante dos años entre distintas fuerzas políticas de la región. Nadie niega que en el pasado la Comisión cumplió una relevante misión conteniendo la avalancha neoliberal en la región, sin embargo, ese tiempo ha cambiado y, por tanto, sus procedimientos deben cambiar. Los sectores retardatarios en la región, precisamente, aquellos que apoyaron de una u otra forma a ese sistema perverso de mercantilizar a las sociedades, salieron rápidamente a solicitar el statu quo: que nada cambie, encubriendo sus discursos en una reivindicación de la historia. Cosa rara y sorpresiva, ahora aparecen como que fueron defensores de los derechos sociales, colectivos e individuales. Aún les cuesta aceptar, el darse cuenta, que desde su mundo privado no fueron quienes sostuvieron el mundo público, sino que se convirtieron en cómplices silentes de cómo se privatizaba la vida social. Privatización llevada a cabo por dictaduras civiles o militares: miles de detenidos y desaparecidos en toda la región. Y uno de los grupos empresariales que más se ha opuesto a la libertad en Latinoamérica ha sido la SIP, aquel conglomerado que guardó silencio cuando a grandes masas se las ahogaba en el oprobio del empobrecimiento, la exclusión y la marginalidad. Aquella prensa que se encumbró como la heredera de una rancia aristocracia. Basta, hasta ahora, oír a sus viejos voceros cada día; destilando y deseando que su moralismo se convierta en principios de vida de la sociedad. Se encumbraron como las voces “dignas” de cómo ser buen ciudadano; reproduciendo sus valores de clase, sus gustos y sus estéticas. Ahora más que nunca urge democratizar en todo sentido el acceso a las voces de lo diferente y diverso. Entendiendo que vivimos otro tiempo histórico de profundos cambios, Ecuador como Brasil han sido claros y directos en que la CIDH está en crisis y debe ser reformada. Claro Estados Unidos -el no firmante- declara que la Comisión es un ejemplo para el mundo; sería bueno preguntar qué opinan en Irak, Afganistán, Palestina o los detenidos en Guantánamo o mejor aún los 15 millones de niños en casi hambruna dentro de los Estados Unidos. Esta doble moral es la que ya no es tolerable cuando se habla a boca llena de democracia sin mirar alrededor, lo que provoca decir a veces, a algunos de sus representantes, tremendas tonterías, como aquel que afirma que la clase media es boba, simplemente porque el pueblo no votó por su candidato banquero.
La CIDH debe ser ejemplo de los tiempos actuales y debe estar acorde con las exigencias de los pueblos latinoamericanos, así como la OEA, la cual ya está en entredicho. Por todo esto es fundamental consolidar rápidamente las instituciones al interior de la Unasur y la Celac, para no estar a merced del conservadurismo de las burocracias internacionales bien acomodadas.