La democracia no es un simple asunto estadístico, el de que la mayor parte de los ciudadanos cumpla exteriormente los deberes políticos o, dicho de otro modo, que ellos ejerzan sus derechos políticos, que les son impuestos o reconocidos por la ley. Por ejemplo, en un país de irresponsabilidad política ciudadana o de caciquismo y compraventa de votos, no habría realmente democracia, aun cuando todos los ciudadanos votasen y, en general, realizasen los actos políticos que les incumben. Para que haya verdadera democracia, sabemos ya, tiene que producirse una auténtica conversión del hombre privado en hombre público. Cada ciudadano ha de anteponer el interés del Estado a su interés particular; más aún, debe vivir, obrar y pensar, ante todo, para la patria. En efecto, la exaltación política es característica de las épocas prerrevolucionarias, de las vísperas de revolución y de la primera fase revolucionaria. En tales ocasiones, los temas políticos pasan, por sí mismos, al primer plano de la preocupación humana: todo el mundo vive entonces para la política. El ambiente se encuentra tan cargado de emoción política que todas las gentes se sienten arrastradas a la acción, movilizadas para la revolución. Por ello, esta emoción o exaltación política era, para uno de los ideólogos de la revolución francesa, el célebre filósofo Juan Jacobo Rousseau, en sí misma virtuosa, porque él partía del supuesto optimista de que la voluntad general es siempre recta, es siempre justa. Sin duda alguna, pienso que uno de los grandes méritos del actual mandatario ha sido su convocatoria a todos los ciudadanos de nuestra nación a la participación en la vida política, exaltando el fervor cívico y el compromiso que debemos tener con el cambio de las estructuras caducas y obsoletas del Estado, que heredamos de la partidocracia durante los años de la larga y triste noche neoliberal. En la actualidad, los ciudadanos que construimos el nuevo país tenemos múltiples espacios de diálogo para debatir sobre los temas más trascendentales del quehacer nacional. De igual manera, podemos participar en la vida pública, a través de los concursos de oposición y méritos que se establecen para ingresar a las instituciones del Estado. También tenemos el quinto poder, que nació con la nueva Constitución Política, se trata del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, entidad que se encarga de seleccionar a los mejores hombres para formar parte de los organismos de control y fiscalización con veedurías ciudadanas abiertas y transparentes.
Este Gobierno ha impulsado con mucho entusiasmo y vigor una nueva democracia participativa, logrando la conversión de la masa, políticamente indiferente o conformista, en un pueblo comprometido con el cambio profundo en los cimientos de nuestra república.