Publicidad

Ecuador, 05 de Octubre de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Carol Murillo Ruiz - cmurilloruiz@yahoo.es

La condición humana

19 de octubre de 2015

Hace años, cuando leí por primera vez ‘La condición humana’, de André Malraux, tuve un presentimiento atroz, ¿los humanos pueden dominar un mundo atestado de perversiones sistémicas? Hoy, cuando he vuelto a releer el tomo, me doy cuenta de que la humanidad pasea el progreso de acuerdo a los provechos particulares o las prerrogativas materiales del sistema. Tal como era ayer.

Pero la condición humana es algo etéreo que traspone todos los estadios de la historia y a veces la vemos nítida en las acciones de algún personaje colmado de virtud o destilando rencor. Así, en nuestro lar de obsesiones parroquianas, se intenta pensar la condición de los seres humanos de modo compacto y sobrio. Si por eso fuera, un genio de la pintura como Guayasamín, no estaría en las galerías del mundo prestigiado por el trazo de su movediza nobleza indígena sino en la cripta de su insufrible y doméstica violencia. O el entrañable Diego Armando Maradona, que en su sola figura robusta y frágil, gloriosa e impenitente, abrevia la grandeza de ser humanos y no máquinas que subliman al sistema en donde viven; por el contrario, son prototipos sensibles de los cruces morales de la sociedad en la que vivieron o viven. No son, ni más ni menos, son hombres aferrados a su tiempo y dan cuenta de él con una pasión que sí es transversal a lo viejo y lo nuevo.

Cuando un don nadie, para hablar parroquianamente, intenta empalmar, sin fricciones, en la condición de un hombre -o mujer- un cúmulo de virtudes de templo y hasta plegarias para mancharlo de piedad, olvida que ese hombre -o esa mujer- es precisamente distinto porque no elude el reto de vivir y lidiar con otros seres, y, además, este hombre -o mujer-, se sabe también lidiado. La sabiduría popular dice que hay situaciones y entes que sacan lo peor de cada uno. Creo fervientemente en ello. Porque ninguno de nosotros vive en un cubo profiláctico que nos desinfecta cada minuto; por el contrario, vivimos la belleza y la fealdad de cada cosa que disfrutamos o excluimos. Vivimos para expresar, en las actividades que hacemos o dejamos hacer a otros, nuestras íntimas verdades y pasajeras decepciones.

La condición humana no es un monolito. El mismo Malraux al pintar el cuadro de la guerra civil china y su triste drama, muestra la fragancia espeluznante de la vida tentando a la muerte y la muerte honrando a la vida. Porque no hay un ensamble perfecto entre las aspiraciones de bondad de unos seres y las malquerencias del vecino. Todos convivimos, al mismo tiempo, para recordar otro clásico, con el doctor Jekyll y con míster Hyde, esa insuperable alegoría del trastorno de asumir de verdad la vida.

Para ser completos todos poseemos ese lado que a veces se luce y a veces se reserva; no porque conscientemente revelemos lo favorable sino porque en el juego de luces de la savia colectiva, preferimos creer que solo la virtud -tan cristianos somos en la cultura moral cotidiana- nos salvará de los reveses de la propia psiquis o de la imperceptible miseria del prójimo. Pero la condición humana es eso, y más, y menos. Gracias al cielo. (O)

Contenido externo patrocinado