A los portaestandartes detractores del actual mandatario el pueblo los tiene plenamente identificados. El mapa político de la oposición reúne a los mismos actores que ostentaron el dominio sobre las personas, instituciones, contratos petroleros y concesiones. Ahí reposa una extraña hermandad.
Se mezclan falsos marxistas leninistas, con los banqueros, golpistas confesos, empresarios deshonestos y los representantes de ciertos medios de comunicación social. Comparten fotos e intereses, los que solapados defienden el enriquecimiento ilícito privado, con teóricos que pretenden alumbrar su democracia liberal; y junto a ellos los “sabios” políticos de la partidocracia, los mismos que cuando tuvieron el poder no cambiaron nada y casi nos roban hasta la esperanza de un futuro mejor para nuestros hijos. Rememoremos algunas de las frases que el presidente Eloy Alfaro había expresado: “…Jamás, en ningún país de América, se ha desbordado tanto la prensa de oposición, como entre nosotros, en la época actual; la falsedad, la injuria, la calumnia, en sus más repugnantes e inmorales fases, han sido las armas preferidas por nuestros adversarios.
Se ha conspirado abiertamente, sin respetos ni escrúpulos; se han urdido conjuraciones que, descubiertas a tiempo, se han desvanecido; se ha difamado a la nación misma, por combatir a mi gobierno; en fin, se ha dado rienda suelta a todas las pasiones de bandería, en uno como certamen de perversidad e infamia…”. En la orilla de este proceso de cambio revolucionario desfilan quienes comprendieron la naturaleza de una transformación estructural y el legado histórico de asumir que en el desarrollo de un profundo proceso de reestructuración institucional son fundamentales la flexibilidad y la participación ciudadana, sin sectarismos ni intransigencias. No se trata de un pacto coyuntural, lo que se busca es una alianza de largo alcance que permita una política laboral más justa, una auténtica reforma agraria y la consecuente redistribución equitativa de la tierra y la riqueza. Nadie que pretenda llamarse de izquierda, o al menos que respete la heroica figura del general Alfaro, podría estar en contra de un ente regulador de la prensa, sin censura previa y con responsabilidad ulterior por la información difundida o publicada.
De igual manera, nadie debería oponerse a la penalización para los empresarios que no afilien al Instituto de Seguridad Social a sus trabajadores; nadie podría jactarse de su posición socialista sin estar de acuerdo con el control del enriquecimiento privado ilegal. Finalmente, nadie podría siquiera poner en duda la imperiosa necesidad de transformar una oprobiosa administración de justicia. En consecuencia, pienso que ha llegado el momento de meditar convenientemente hacia dónde vamos como nación. Cabe reflexionar sobre lo siguiente: Seguimos por la senda del cambio o nos detenemos y damos marcha atrás a lo que éramos antes.