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El Telégrafo
Jaime Galarza Zavala

La CIA al desnudo

18 de diciembre de 2014

El mundo entero sabe -y lo ha experimentado en carne y sangre propias- lo que es la CIA, esa infernal máquina de espionaje, terror y muerte inventada en 1947 por el presidente norteamericano Harry S. Truman, el genocida atómico que el 5 de agosto de 1945 acabó en un segundo con la vida de cien mil japoneses en Hiroshima y Nagasaki. Desde entonces, las sombrías hazañas de esta máquina imperial ha merecido miles de libros, millones de artículos, incontables denuncias en el mundo entero. Ante todo lo cual la respuesta de Washington fue siempre el silencio o el audaz desmentido, encubierto bajo la versión de que todo no era sino invenciones de los ‘comunistas’ enemigos de la deslumbrante democracia norteamericana, sin que faltaran los felipillos criollos que, al defender a los nuevos conquistadores, acusaran a los denunciantes de sufrir una paranoia tal que veían a la CIA hasta en la sopa.

¿Que la CIA organizó en 1953 en Irán el golpe de Estado para derrocar al ministro Mossadegh, autor de nacionalizaciones petroleras? Pamplinas. ¿Que un año después lanzó un ejército mercenario en Guatemala contra la revolución nacionalista del coronel Jacobo Arbenz? Tonterías. ¿Que en 1961 lanzó un batallón de mercenarios para invadir Cuba, fracasando espectacularmente? Minucias. ¿Que  allá en África asesinó al gran líder Patricio Lumumba? Puro cuento. ¿Que en la década de los 60 auspició todos y cada uno de los sangrientos golpes de Estado descargados contra Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador, Chile, etc., etc.? Historietas. ¿Que organizó a los ‘contras’ para invadir Nicaragua y derrocar al gobierno sandinista? Mentirillas. ¿Que organizó el asesinato de líderes históricos, como Jaime Roldós y Omar Torrijos? Vaya ocurrencia. Y así por el estilo.

Las cosas se le complicaron a Washington desde la caída de las Torres Gemelas en 2001, con la consiguiente secuela de guerras contra el ‘terrorismo’, camuflaje para invadir Irak, Afganistán, Libia, asesinar a sus líderes y desatar los interminables baños de sangre que se han convertido en verdaderos océanos que no acaban nunca. Claro, siempre ocultando el apetito voraz de las multinacionales petroleras y los designios del Pentágono de establecer bases militares dondequiera, pues Israel no les parece suficiente.

Y ahora saltó la liebre el 9 de diciembre, cuando la senadora demócrata Dianne Feinstein leyó unos párrafos del documento secreto elaborado oficialmente sobre las atrocidades cometidas por la CIA en la guerra contra el  ‘terrorismo’. Unos escasos párrafos extraídos de un informe de 520 páginas, en que se relata brevemente el caso de 119 torturados por la CIA y se alude a Guantánamo y 50 cárceles secretas en diversos países del mundo, como Polonia y Rumania. Por cierto, no se dan los nombres verdaderos de los autores de estos crímenes de lesa humanidad que fueron las torturas a los prisioneros, ni se descubre el método neonazi de lavados cerebrales para obtener autoinculpaciones e inducir acusaciones a terceros. Tampoco se dice que aquellos 119 no son sino una cifra insignificante de los 80 mil prisioneros ‘terroristas’ capturados principalmente entre la población de confesión islámica, lo que es hoy una de las razones para la Jiyad o guerra santa desatada en Oriente Medio y que amenaza con volverse un conflicto planetario.

Con todo, a pesar de la misérrima información proporcionada por la senadora, lo significativo es que proviene de ellos, de los portavoces del imperio, que así desnudan a la CIA, aunque no lo hagan sino levantando una punta del espeso velo que cubre la gigantesca estructura del tiranosaurio creado por Truman, y que lo han utilizado y lo utilizan lo mismo los republicanos que los demócratas, lo mismo Bush que Obama. Es que ninguno de ellos puede prescindir del monstruo, ya que su existencia es indispensable para custodiar la vida del imperio. O sea que la humanidad debe destruir al imperio para acabar con el monstruo.

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