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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

La chica de Ipanema

19 de mayo de 2016

En la década de 1960 el mundo se acercaba a Brasil atraído por la idea del país del carnaval, el color y la alegría, todo lo cual se sintetizaba en aquella fantástica canción en ritmo de bossa nova, bautizada con el nombre ‘La garota de Ipanema’, cuya letra habla de la cosa linda, moza de cuerpo dorado, llena de gracia, con dulce balancear, camino del mar. Esa imagen de la sensualidad ocultaba, sin embargo, la dramática historia social de un país marcado por la esclavitud hasta bien avanzado el siglo XIX, y por la posterior explotación de afros, mestizos y nuevos migrantes europeos, base de la economía cafetalera, cuya crisis dio paso a la era industrial que produjo la migración, el urbanismo, el aparecimiento de la clase obrera y de las grandes masas de excluidos. Así, entre dictaduras y períodos civilistas, se fue conformando un país dividido en dos grandes grupos sociales: el de los poderosos industriales y banqueros especuladores, y el de los trabajadores y desposeídos.

Los grupos dominantes brasileños siempre tuvieron temor de la rebelión de los hambrientos, en su mayoría gente de color. Los blancos se encargaron de contabilizarlos y supieron desde 1872 que existían más de un millón y medio de esclavos y unos quinientos mil indios errantes, los cuales constituían una fuerza desarticulada, pero amenazante. Por su parte, a lo largo del siglo XX, las masas excluidas desafiaron al poder desde sus pequeñas repúblicas urbanas tipo favelas, construyendo economías al margen y desarrollando códigos culturales religiosos que en su momento pusieron límites a las aspiraciones hegemónicas de la oligarquía, una de las más poderosas del continente. Para entonces, la oligarquía del país de las piedras preciosas estaba asociada con los capitales transnacionales y controlaba una de las principales economías del mundo, asentada -además- en un extenso territorio ubicado estratégicamente entre la selva amazónica y el Atlántico sur. En ese mundo polarizado se produce un histórico quiebre de las relaciones de poder que llevó a la Presidencia en 2003 al Partido de los Trabajadores, con su proyecto de convertir al Estado en el agente de un cambio que garantizara una relativa distribución de la riqueza, lo que significaba en términos teóricos eliminar o bajar el nivel de contradicción del sistema capitalista dentro de Brasil. El proyecto político del PT no solo logró disminuir la pobreza, sino que también desafió el orden mundial, al integrar el  grupo Brics, conformado por Rusia, India, China, Sudáfrica y Brasil, que en conjunto representaba aproximadamente el 15% del PIB global, todo lo cual consolidaba rápidamente el ansiado mundo multipolar, debilitando el poder de los imperios clásicos del siglo XX.

Mucho éxito tuvo el proyecto social y económico del Partido de los Trabajadores, pero un relativo fracaso político y una incapacidad de construir conciencia social para adherir a los sectores populares. Ello explica que, a pesar de los grandes logros a favor de los más pobres, estos grupos permanecieran impávidos frente al golpe de Estado que destituyó a Dilma Rousseff, siguiendo los acontecimientos como si fueran un drama virtual desligado de su realidad, cuyo desenlace en nada cambiaría sus vidas.

Es verdad que el problema político de Brasil se produce por la restauración conservadora y el reempoderamiento de las oligarquías que pretenden volver al modelo neoliberal y achicar el Estado; sin embargo, es también innegable que los gobiernos progresistas de la región no han logrado la formación de conciencia social en las grandes mayorías, las únicas que, llegado el caso, pueden actuar como un contrapoder. Tampoco han logrado desplegar una técnica y pedagogía contrahegemónica tan eficiente como la que desarrollan los imperios por medio de sus industrias culturales y medios de comunicación privados. Por ello, el gran desafío no es solo resolver el problema material de la pobreza, sino también realizar la revolución de las subjetividades.
Todos dicen que el golpe de Estado en Brasil lo dio Rede Globo. (O)

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