El ilustre historiador británico Paul Kennedy, en su obra titulada “El auge y caída de las grandes potencias”, plantea que, a la medida de su expansión, los países aumentan el gasto militar destinado a su preservación, alcanzando un punto donde demasiados recursos son desembolsados para garantizar la protección ante amenazas externas, y justamente, cuando se gasta demasiado en protegerse de lo externo, en detrimento de lo interno, queda sentenciada la caída de un país hegemónico.
Vale recordar que la semana anterior, antes del acuerdo logrado en el Congreso, el Departamento del Tesoro de Estados Unidos contaba con apenas 30.000 millones de dólares en sus arcas para hacer frente al pago de intereses de la deuda pública, a los gastos sociales de asistencia a la población de escasos recursos, entre los que se cuentan los servicios de Medicaid, los cupones de alimentos de los que dependen 47 millones de ciudadanos, los servicios del Medicare (sanidad pública para jubilados y discapacitados), y a los gastos en defensa, tales como salarios de los militares y beneficios a los veteranos de guerra, entre otros gastos necesarios para el normal desempeño de la Administración Federal.
Durante la reciente crisis política, la facción más conservadora del partido Republicano, conocida como el “Tea Party”, pretendió poner en juego la sostenibilidad financiera del Gobierno en un intento por alzarse victoriosa en el propósito de no financiar los componentes que entrarían en vigencia este año con la nueva Ley de Salud, conocida como el “Obamacare”. Estos entienden que, de esa manera, lograrían el cometido tripartito de disminuir la capacidad de influencia del gobierno federal sobre la vida de los estadounidenses, reducir sistemáticamente los déficits y las deudas acumuladas y concentrarse únicamente en los problemas nacionales, relegando los temas internacionales. Así, según ellos, recuperarían su hegemonía mundial.
Es por esto que el presidente Obama, luego de haber alcanzado el pacto político en el Congreso, dijo a los estadounidenses y al mundo: “Nada le ha hecho más daño a la credibilidad de los Estados Unidos, y a nuestro posicionamiento en el mundo, que el espectáculo al que hemos asistido en estas últimas semanas. Hemos incentivado a nuestros enemigos, motivado a nuestros competidores y decepcionado a nuestros amigos que siempre buscan en nosotros un liderazgo a seguir”.
Tiene razón el presidente al plantear la premisa de que lo que sucede internamente es lo que los está debilitando externamente.
Esas palabras del presidente Obama serán meticulosamente estudiadas, puesto que las mismas reflejan una verdad a ser explotada: la propensión a la inmolación fruto de los extremismos políticos comienza por erosionar la influencia de Estados Unidos en el mundo. De continuar así, la teoría de Kennedy tendrá su versión actualizada y EE.UU. podría ocupar un lugar pionero dentro de una nueva categoría: “las potencias que sucumbieron por un nacionalismo recalcitrante”.