Viviana Bonilla reconoció que recibió aportes fraudulentos para su campaña, que alguien recibió esos aportes en su nombre y que ella no tenía ninguna obligación de averiguar sobre su procedencia. Lo mismo hizo Rafael Correa. El expresidente repitió la suerte de su aprendiz ahora convertida en asambleísta independiente y antes candidata por su partido a la alcaldía de Guayaquil y confirmó la materialidad de las pruebas presentadas por la Fiscalía de la Nación en el caso en el que se encuentra imputado por supuestamente receptar sobornos.
Ambos, como muchos otros testigos e imputados en la misma investigación como en investigaciones paralelas por delitos similares, hoy apelan a la dilatación del proceso, a la presentación de pruebas no autorizadas por los jueces de las causas y obtenidas fraudulentamente. Todo parece ser fraudulento en estos poderosos políticos que ahora cayeron en desgracia y que no saben en qué dirección correr. Hasta apelan al olvido y a la incriminación. Por la boca muere el pez, dice la gente.
Estos peces gordos de la corrupción se engarzaron en sus propias contradicciones por auténtica desesperación. Pero eso no es lo peor que le está sucediendo a la sociedad, a las instituciones o a la democracia. Los hechos demuestran que hubo una práctica de financiamiento ilícito de las campañas, que hubo una enorme infraestructura criminal de recepción de sobornos con alcance nacional y que esto provenía de la cabeza del poder, contaminando a todo el cuerpo político que se apropió de la administración pública durante lo que ellos llamaron la década ganada. Por la cabeza empieza a podrirse el pez, dice un proverbio asiático.
El pez de la revolución ciudadana llegó podrido al poder. Invadió las cortes de justicia, acosó a la prensa, desfalcó los fondos públicos y financió sus campañas con sobornos. Y hoy pretenden fingir olvido de todo eso que empezó desde la cabeza y enfermó al país de corrupción, mentiras y populismo. (O)