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El Telégrafo
Daniel Soto

La automedicación legal

13 de agosto de 2021

Es el año 2018, llega a mi un cliente por referencia de otro, vía llamada telefónica, está en el extranjero así que atentamente le contesto el teléfono, me indica que quiere hacer una consulta sobre un problema con su socio, aprovecha la llamada de presentación para contarme todo el caso, lo escucho y tomo nota durante los 40 minutos que me habló. Le pido que me devuelva la llamada unas horas más tarde mientras me permito terminar lo que estaba haciendo, quedamos a las 20h00

Llegada la hora señalada, vuelvo a escuchar un recuento de su problema, en silencio, durante otros 30 minutos aproximadamente. Me cuenta una larga historia con su socio, mucho sentimiento de por medio en esa relación comercial. No logro entender precisamente cuál es el problema, hasta el momento parecería que el señor solo quería abusar de su posición y tomar decisiones directamente para librarse de un aparente mal ambiente y que no le costara tanto. Decido abogar por él en mi conciencia y me digo a mi mismo “no puede tener tanta maldad como aparenta”. Es que no comparto la teoría de Hobbes de que el hombre nace con la maldad por dentro, así que empiezo a hacer preguntas directas a identificar el problema, me cuesta, el señor está cerrado e intensifica su posición frente a cada pregunta, parece que quiere defender su razón en vez de buscar una opinión. Noto que empieza a molestarse.

Finalmente, luego de varios minutos de pasar entretenido haciendo de Sherlock Holmes para sacarle la información que no me había dado, identifico el problema de fondo, que es mucho más gordo de lo que él me había indicado. Sé que le puedo ayudar, se lo comunico y paso a pedirle documentación del caso, contratos, correos, constancias, etc. Fijamos una nueva fecha para poder darle una respuesta sobre mi criterio jurídico y proponerle una solución. Son pasadas las 21h30 cuando colgamos el teléfono.

Dos días después, luego de leerme todos los documentos y contrastarlos con las leyes aplicables, me reúno con el señor vía telemática para indicarle su cruda realidad jurídica: está más emproblemado de lo que él pensaba. Lo que quería hacer en un principio, no se debe hacer y de hacerlo, le podría traer problemas graves.

A mi criterio, el señor no tenía más que dos alternativas, pero en mi estudio incluí una tercer alternativa, la suya. Yo desde luego, señalo la más viable. Él sigue convencido de su propia solución. Trabajamos un poco más en el análisis del impacto económico de cada una de ellos y al no llegar a un acuerdo sobre la forma de proceder, le indico que no podré ayudarle por que lo que quiere hacer toma demasiado tiempo con poco o nada de efectividad. Le ofrezco entregarle un plan de acción para estructurar su idea y que proceda a ejecutarlo con otro abogado.

Casi que me dio pena por el hombre por no haber tomado en cuenta el estudio de un experto y ponerse a hacer lo que él y su buen criterio le dictaron. De verdad me sentía mal por él, esperaba haberle ayudado en algo por lo menos.

Sucede lo inevitable, 6 meses después el señor se presenta con el mismo problema, pero agravado. No solo que optó por la opción menos recomendada sino que además no tomó el plan que le pasé, porque quería acortar los tiempos de la solución. Su socio, que no era ningún tonto, tenía todo listo para contrarrestar sus acciones así que lo dejó expuesto y en jake. El juicio era inminente y el pleito duraría años para solucionar el embrollo, ni hablar del costo.

Similar a la historia expuesta en líneas precedentes, encuentro el de muchos colegas a quienes les pasa lo mismo y se lamentan de la misma forma que yo, parecería ser que a los clientes les gusta hacer de abogados sin serlo, al menos es lo que me hacen sentir, que sólo se dan el lujo de pagarse un abogado para que les escuche e intentar convencerle (o convencerse) de lo que ya había decidido hacer.

-Le gané en razonamiento jurídico a un abogado.
-¡Si, y tu premio es el riesgo de volver y que te cueste el doble, felicidades!-.

En una asesoría, no nos contratan para que tengamos la razón sino para darles nuestro criterio jurídico. Ojalá no pensaran que todas las soluciones se encuentran en Google.

La auto medicación está contraindicada por todo profesional de la salud. ¿Qué pasa cuando vamos al médico y nos manda a tomar una receta y nos tomamos otra? Al igual que en la medicina, hay gente que prefiere suponer que el internet da mejores asesorías que un abogado.

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