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El Telégrafo
José Gonzalo Bonilla

Juventud, violencia y alcohol

13 de enero de 2022

En las fiestas de diciembre las redes sociales, dieron cuenta de imágenes salvajes y de una violencia sorprendente por parte de jóvenes cuya edad iba entre los 16 años hasta los 35 aproximadamente.

No se puede cualificar a toda la juventud por estos actos que todos los vimos. Causaron destrozos. Jóvenes y policías recibieron golpes, botellazos y objetos voladores. Rompieron parabrisas de carros que pasaban ajenos a ese “festejo”. Incluso, un trío de jóvenes subidos en el techo de un auto Vitara organizaban un simulacro de fornicación al ritmo musical del perreo. Desde todo punto de vista se trata de un género musical desagradable para una generación. Violencia inédita especialmente contra el cuerpo femenino.

¿Cómo explicar esta violencia juvenil? La respuesta es compleja y multicausal. No hay un perfil único de esos jóvenes violentos. Por ello ensayaremos dar algunas explicaciones.

En Quito, podemos afirmar que esta violencia, si bien en la dimensión que presenciamos, ha sido inédita. La violencia juvenil siempre presente desde las finales violentas en juegos intercolegiales de fútbol, básquet o de vóley. Éstas, terminaban casi como un ritual obligatorio de golpizas entre estudiantes.

Bajo la influencia del alcohol, esos jóvenes se incendiaban con la masa beoda. Esos milennials y centennials entran en competencia con sus congéneres para demostrar cuál es más violento o el más avezado.

En la historia de Quito, fuimos testigos de escenas de violencia masiva. Cuando había toros, a la salida de la Plaza de Iñaquito también hubo grescas. O es que acaso nos hemos olvidado de que también presenciamos la violencia a la salida de los estadios de fútbol por parte de jóvenes y adultos. Entonces, la violencia en actos públicos cuando está acompañada de alcohol no es un fenómeno reciente ni de propiedad exclusiva de la juventud.

Lo que vimos en las fiestas de Quito tiene como su principal protagonista a jóvenes que pertenecen a una generación que sienten su futuro clausurado. Una generación que se siente discriminada.

Los jóvenes sufren de una ausencia en el del hogar de la figura paterna. El principio de autoridad está ausente de la vida de esa juventud. Jóvenes que no sabe utilizar su tiempo de ocio. Familias que no dan ningún norte. Centros educativos carentes de programas de formación cívica. Padres carentes de autoridad.
Me pregunto si no somos nosotros también quienes debemos revisar los usos y costumbres de una sociedad alcoholizada. Los adultos también llevamos nuestra parte de responsabilidad. Al fin y al cabo, la masa les da cobijo a esos adolescentes que repiten la violencia y el abuso de poder que vive el país. La masa y sus ritos violentos les da identidad y protección.

Vivimos una sociedad violenta que lucha día a día por mostrar la acumulación de poder social, económico, sexual, político y de representación social. Los padres los principales responsables. No valemos por lo que somos y soñamos. Valemos por cuánto tenemos y por quienes forman nuestro círculo social de apariencias. Estamos ebrios por el poder y alcohol barato.

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